martes, 28 de septiembre de 2010

Ernesto Sábato y los recortes de diario que cargaba

Una anécdota histórica cuenta que el escritor argentino tenía la manía de llevar a cuestas, artículos de periódicos que daban una buena crítica al creador de ‘Sobre héroes y tumbas’, en contraposición odiaba los comentarios que le adjudicaban reproches a sus obras. Aquí la secuencia de alguna noche porteña donde el exiguo autor se encontró con nuestro informante, quien por cuestiones obvias, evitaremos mencionar con nombre propio.

Equis (el que develó esta curiosa anécdota) iba por Florida muy cerca de Callao en compañía de su esposa, era sábado y la ciudad de Buenos Aires estaba plena, como novia adolescente a la espera de su enamorado.

La idea era muy simple, equis –devenido en nuestro informante sin querer- se dirigía a un cine pero era temprano para la función, entonces junto a su compañera, decidió entrar a un café y esperar a que llegara la hora de ingreso a la sala.

Allí fue cuando se encontró con Ernesto Sábado y su esposa Matilde, transeúntes circunstanciales por la zona, como el cuarteto era amigo, decidieron compartir el café.

Tras los saludos protocolares y rutinarios, Sábato no anduvo con vueltas, se metió una mano en uno de los bolsillos internos del saco y exhibió los recortes: “Mire lo que dicen de mi en Alemania”, le dijo a equis bastante sorprendido por la acción del escritor argentino.

Equis sonrió, jugó con los recortes llevándolos de una mano a otra y atinó a contemporizar que si bien había editado un libro en alemán, desconocía por completo la lengua germana.

Sábato entonces ofició de intérprete haciendo que leía los artículos, descargaban buenas críticas y loas a los libros del ahora casi centenario autor de ‘El Túnel’.

Resulta que el hecho, lo de los recortes, se dio a meses de haber salido a la venta ‘Rayuela’ de Julio Cortázar, la que había roto con todos los cánones contemporáneos de la época. Y muchos trazaban paralelismos entre los libros cumbres de Don Sábato y el prometedor joven, lo que hundía una daga en lo más profundo del ego sabatiano.

Muchos años después y para desmitificar esa especie de torre de babel egocéntrica que habitaba en el, Sábato declaró a la prensa que había incinerado todas sus obras, como forma de autoflagelación.

“Si hubiese quemado todos sus libros, Santos Lugares hubiese quedado reducida a cenizas”, confiesa equis tras contar la anécdota de los recortes, calificó a Sábato después como un “gran constructor de personajes” y que su etapa floreciente como escritor fueron ‘Sobre héroes y tumbas’ y ‘El Túnel’.

Luego, “es como si el personaje de escritor, en todo lo que se convirtió Sábado como nombre en sí, se haya comido a las demás obras que no fueron muy buenas, creo eso, lo de haberse comido el personaje al propio Sábato es lo que quedará de el”, concluyó el informante.

Suele pasar que los artistas con los años empiezan a caminar sobre las arenas movedizas de sus egos. Dicen que es una condición casi innata de los virtuosos en el arte.-

***

* Equis es también escritor, contemporáneo de Ernesto Sábato, como lo conoce es preferible mantenerlo en el anonimato así conserva la relación. Reveló la anécdota al ser consultado qué opinaba del autor del 'Túnel'.-

jueves, 23 de septiembre de 2010

Besame y olvidate de vivir

En lo recóndito de la noche los amantes estaban a punto de iniciar el ritual al que sometían sus cuerpos cada velada, el ventanal del balcón abierto de par en par dejaba entrar la brisa de un verano que no se tomada descanso. Más allá, en el fondo del parque el río estrujaba las pocas piedras sedimentadas por el agua que convertía en arcilla al barro.

Cuatro cuadras, cuatrocientos metros separaban esa última parte de la casona, la habitación junto al ventanal, de la pendiente que alguna vez fue barranca sobre el Río de la Plata, al ingeniero Bustos, como todo profesional de las medidas gustaba marcar las distancias con las normas longitudinales correspondientes.

Bustos penetraba a María con las persianas totalmente desplegadas del ventanal, nunca se explicó bien el porqué, pero eso lo erectaba mucho más que verla con el salto de cama de lycra o las bragas de nylon, aunque esto también tenía lo suyo.

Pero aquella velada de enero el gemido de María se desvaneció en lo profundo de la pendiente, envuelta como si fuera dentro de una mortaja, su pijama de lycra flameó los 96 metros desde la punta de la pendiente hasta las piedras y la escasa agua existente en la costa soltó un seco ruido sumado a un pequeño rebote del cuerpo quebrado al chocar con las rocas.

Bustos sobresaltado pensó que era un sueño, y en realidad algo parecido era lo que se le atravesó en la somnolencia. Quizás un vago recuerdo de María mientras dormía cuando los timbrazos de la policía en el portón de entrada, lo arrancaron de su descanso dominical.

La mucama con paso acelerado llegó hasta la recámara del ingeniero, vio la puerta entreabierta y no dudó en entrar, no se lo veía en la cama.

- Ingeniero…ingeniero…lo buscan…, dijo titubeante la empleada.

- Quién es Luisa, respondió Bustos con las manos inundadas de agua para lavarse la cara en el lavatorio del baño contiguo al dormitorio.

- La policía ingeniero, la policía, son dos oficiales y a fuera hay como tres o cuatro camionetas más, y el tono de Luisa ya denunciaba miedo, confusión y temor a lo desconocido.

- ¿Qué paso….robaron en la casa?, dijo más perturbado el ingeniero y agregó.

- Decile que ya los atiendo, hacelos pasar…

Eran las nueve quince del domingo 17 de enero cuando con el jeans solamente abotonado, pantuflas y una remera negra ‘Levi’s’, Bustos salió al encuentro de los servidores públicos. También estaba despeinado, aunque con algunos cabellos mojados producto de la lavada de rostro.

El hall de entrada que conectaba al living se veía raro con siete policías, dos de civil que aparentaban llevar la voz cantante.

- Señor Bustos….Inspector Ramírez y el Teniente Portel, de la cuarenta y siete. Cómo está ingeniero, tenemos novedades y no son buenas, dijo el efectivo que no dejaba de mirar a su alrededor mientras que sus camaradas no le quitaban los ojos de encima al dueño de casa.

Como un autómata el anfitrión de los efectivos bonaerenses repuso: “la encontraron…” y pensó un instante la pregunta retórica que le había hecho a su doméstica apenas minutos antes.

- Sí, un pescador avistó el cuerpo en Punta Linda a la noche, a eso de las cuatro de la madrugada según lo que declaró a los de la Prefectura que nos dieron aviso a eso de las cinco de la mañana. Tratamos de avisarlo pero sus teléfonos no nos daban, apuntó en tono de pregunta el Inspector cuando dejó de observar el hall para clavarle los ojos a Bustos.

El ingeniero no dejó de mirarlo cuando recibió la noticia y a medida que Ramírez daba el parte en forma escueta, a Bustos se le mezclaban imágenes en la cabeza, recuerdos de cuando conoció a María Reina Guzmán, hija de un encumbrado estanciero de la provincia de Buenos Aires. “Punta Linda”…se dijo imaginando el lugar que estaba a más de 40 kilómetros de su casa, de la pendiente donde avistó por última vez a su cónyuge ahora muerta.

Era curioso, en fracción de segundos todos los recuerdos se le abalanzaban sobre la memoria en forma torpe como trastrabillando dentro de su cabeza, chocándose uno con otros.

- Cómo fue Inspector, cómo la encontraron…se ahogó, intentó pronunciar palabras que en realidad eran balbuceos. Para entonces, la doméstica ya estaba al tanto en forma simultánea porque escuchaba la conversación desde el living. A casi cuatro metros de donde estaban los efectivos y Bustos.

Ramírez y Portel se miraron –el resto de los policías mientras tanto curioseaban la vajilla de comienzos del siglo XIX que estaba sobre una cómoda de roble, casi de la misma época también- “sabemos que está muy golpeada y que seguramente se ahogó, pero para este mediodía empezarán con la autopsia, como sabe señor Bustos, tendrá que acompañarnos para reconocer el cuerpo de su esposa. Lo lamento, pero así son las formalidades”, contemporizó Ramírez cuando con una leve mirada que era una seña en realidad, hizo que los uniformados iniciaran la retirada del hall, en breve, a los minutos uno regresó con termo en mano y pidió agua caliente para el mate a la empleada.

En medio del estupor y pasando delante de su jefe, Luisa tomó el termo ‘Lumilagro’ y enfiló hacia la cocina. Con cara de póker, el agente se acomodó la corbata del uniforme y aguardó bien debajo del marco de la puerta principal de la casona.

El Inspector y su segundo, se metieron en la Ford Ranger y antes de sentarse prendieron el aire acondicionado, ése domingo sería largo, y muy caluroso, ambos conversaban y Bustos que permanecía en el hall hablando por su celular, con la puerta principal de la casona aún entreabierta, alcanzó a echarles un vistazo por el rabillo del ojo cuando daba media vuelta para terminar de vestirse en su habitación y de esa forma reencontrarse con María en un rato, tras diecisiete días de estar desaparecida, ahora volvería a ver a su esposa, pero esta vez como difunta.

***

Jorge Olivera es de oficio parrillero, un experto que hizo de los asados su forma de vida, a los 43 años era un referente entre los más destacados apellidos de prosapia ganadera en la provincia de Buenos Aires, para grandes eventos, ya sean familiares o empresariales, el hombre oriundo de Paso de los Libres, era convocado y se ponía al frente de un ejército de asadores y ayudantes: cocinaba en diferentes formas que podían ser, a la estaca, al horno (de barro), a la parrilla y el extravagante cuero bajo tierra.

- Jorque…tranquilizate, querés que te acompañe, vamos, voy con vos; le decía al ingeniero Bustos del otro lado de la línea celular.

- No, no…solamente te llamé para avisarte que la encontraron en el río. Me cambio y voy no sé a donde a reconocer el cuerpo, no sé bien cómo voy a reaccionar, ni el estado en que debe estar, fueron diecisiete días en el agua. Contestó el propietario de la casona de comienzos del siglo pasado.

Con unos mocasines náuticos que reemplazaron a las pantuflas, un cinturón de cuero, reloj y unos anteojos oscuros para ocultar sus ojos claros, Bustos salió de la casona. Pidió a la empleada que tenga cuidado con algún periodista que pudiera arribar en lo que restaba de la media mañana del domingo y de la jornada.

En la Ford Ranger, Ramírez y Toledo le hicieron un lugar atrás donde había unos chalecos antibalas, balizas azules (de la sirena) y una escopeta Itaka.

Se disculparon por el desorden del vehículo policial, y en caravana con los tres patrulleros por delante, enfilaron hacia la morgue del hospital de Berizo.

Durante el viaje que duró 26 minutos a un promedio de 90 a 110 kilómetros por hora, ambos policías hablaron de trivialidades. Del partido de Boca y San Lorenzo que se disputaría esa noche en Mar del Plata, era uno de los tantos torneos veraniegos que daban los grandes equipos porteños en los centros turísticos relevantes del país.

Bustos miraba el paisaje a través de los cristales y pensaba, se lo notaba ido, ausente, no pronunciaba palabra. Solamente contestó cuando Toledo le preguntó si le molestaba el humo del cigarrillo.

El ingeniero acostumbrado a echarse humo por la boca con cigarros de calidad, sí le molestaba el tabaco común, sin embargo y en un ejercicio de convivencia dentro de la camioneta policíaca, dijo que no le incomodaba. A lo que el Teniente Toledo encendió un Marlboro tras invitarlo a su par y superior que conducía, Ramírez, dijo que tenía de los suyos y siguió ensayando en voz alta posibles formaciones del club Boca Juniors para esa noche en la ciudad balnearia de la provincia de Buenos Aires.

Bustos pensaba en el avanzado estado de putrefacción en que encontraría el cuerpo de su esposa con quien compartió quince años de su vida, sin hijos por decisión de la pareja, llevaron un vida holgada al ser de la clase alta bonaerense con estirpe ganadera.

Pero no se explicaba cómo se le venían a la mente, al recuerdo, muchas cosas inconexas.

Los viajes a Brasil, Río de Janeiro, San Salvador de Bahía; cuando la conoció a María, en aquella exposición rural en Carmen de Patagones a mediados del otoño de 1992, París y esa llovizna que los acompañó durante casi los once días que estuvieron en la capital francesa.

El coliseo de Roma, el Vaticano, las escapadas de los fines de semana a la Capital Federal, cenas en Puerto Madero y una pasada por el casino flotante.

Las tortas que María preparaba cuando había lluvia o cuando el se iba hasta la estancia en Remedios de Escalada y a su regreso se encontraba con la repostería.

- Cómo es el procedimiento para el reconocimiento, soltó en medio de esos pensamientos vagos, torpes y confusos.

- Es personal señor Bustos, debe entrar a la morgue y ver el rostro de su esposa, respondió Ramírez sin poder terminar de parar los once de Boca imaginariamente en la cancha.

- Sabemos que en la parte facial informan que no sufrió muchos golpes o deterioro en la cara, por eso los de la Prefectura la reconocieron; agregó, mirándolo a su interlocutor por el espejo retrovisor.

Bustos atinó a contestar con sus ojos bien ocultos tras los cristales oscuros de las gafas para sol, afuera el calor presagiaba un típico día estival. No sabía si contestar o seguir indagando, temía las contestaciones por parte de los oficiales, sin embargó repreguntó.

- ¿Pero cómo es Inspector?, tengo que entrar al mismo lugar donde está el cuerpo o se lo ve desde otro lugar, desde un vidrio o algo así…ensayó una posibilidad.

Ramírez quiso reírse pero se contuvo, “no ingeniero, tiene que hacer el reconocimiento en forma personal. El médico forense lo acompañará y le explicará además cómo falleció su esposa y además…iba a seguir y se frenó.

Unos breves segundos de silencio con las miradas de Toledo que ya había terminado su cigarrillo y Bustos con signo de interrogación en la cara, inquiría silenciosamente al policía para que completara lo que estaba pensando.

“Disculpe…pero le comento que en los casos de muerte por inmersión y sobre todo cuando el cuerpo pasó muchos días en el agua, el olor es muy fuerte así que seguramente se pondrá algún barbijo que le darán los forenses, el cuerpo humano destila –al ser sacado del agua- una serie de líquidos orgánicos que no lo hace cuando está sumergido y eso actúa como una especie de conservante”, explicó casi con detalle clínico.

***

Bustos no se equivocó con lo que imaginó durante el viaje y la morgue era bien lúgubre. Durante el trayecto de su casa al centro asistencial de Berizo que comparte predio con el depósito judicial de cadáveres, también pensó cómo sería ese lugar ya que nunca había estado en un sitio similar. Sólo las películas lo remontaban a sitios así, justamente los filmes policiales o de suspenso que lo solían mantener despierto hasta bien entrada la madrugada, junto a los brazos y los poderosos muslos de María Reina.

Como si fuera un niño, Ramírez y Toledo, lo dejaron en la sala de espera. Solo había médicos y todos llevaban guardapolvos muy pulcros, absolutamente blancos.

Los oficiales hablaron con el recepcionista que lo puso al teléfono a Ramírez y habló con alguien por unos tres minutos, seguramente una línea interna, para dirigirse después al ingeniero.

“Señor Bustos, nosotros nos vamos a terminar unas cosas a la cuarenta y siete y volvemos, tendrá que esperar porque la autopsia aún no termina, están trabajando en eso. Me dijeron –afirmó- que demorarán al menos cuarenta cinco minutos, una hora más”.

Y agregó como para quitar dramatismo: “Necesita algo, quiere que avisemos a algún familiar – Toledo a unos cinco metros revolvía sus bolsillos en busca de un encendedor- usted necesita algo más”, dijo el Inspector.

El ingeniero a todo contestó sin ademanes, autómata que no. Sí, preguntó sobre los hermanos de la difunta, si la policía los había puesto al tanto, Bustos hablaba en forma torpe, acompasada, sin ganas.

Ramírez contestó que no habían dado aviso a nadie más que a el pero que seguramente la información ya había trascendido en los medios periodísticos de Buenos Aires, porque el caso tuvo alguna repercusión mediática –no mucha- cuando se denunció la desaparición de María el tres de enero último.

“Algo me dijo el pibe de la recepción –contó el Inspector y señaló con la mirada al muchacho que garabateaba planillas- que vio en el portal de Clarín. Bueno, nos vamos ingeniero y regresamos cuando terminamos en la cuarenta y siete, dejamos a un cabo y un sargento por si necesita algo, están para atenderlo y sobre todo por si aparece algún periodista”, Ramírez estrechó la mano derecha y junto a su subordinado abandonaron el lugar.

Tras la puerta principal se acomodaron los uniformados a los que aludió el oficial a cargo del caso, se los veía aburridos y entregados a lo que sería una eterna guardia.

Bustos sacó con la mano izquierda su celular del bolsillo del jeans, lo encendió y llamó.

- Estoy en la morgue, me dicen que debo esperar como una hora más. Vos cómo estás, todo bien….

- El asador Olivera del otro lado respondió: che, no sé si debes llamarme. Te dije si querías que te acompañe, en la tele ya dijeron que encontraron el cuerpo y que la policía lo identificó. Hablan que una de las hipótesis es el suicidio pero no dan muchos detalles.

Bustos preguntó exactamente en qué canal salió la información y se detuvo en un par de hilachas que tenían los mocasines náuticos, el del pie izquierdo.

***

Era jueves, cuatro días después del hallazgo y posterior autopsia al cuerpo de María Reina Guzmán y el Inspector Jorge Ramírez no le quitaba los ojos de encima al papel que reposaba sobre el tablero de la Ford Ranger, el sol era una braza a las dos y media de la tarde, desde unos 120 metros se divisaba el portón de verjas herrumbradas y forradas en una enredadera de aspecto tenebroso.

Encendió la baliza azul pero sin sirena, atrás lo seguían a prudente distancia seis vehículos, cinco patrullas y el Fiat Palio del Teniente Toledo a quien lo sacaron del mediodía familiar cuando estaba por engullir unos seductores tallarines con abundante queso rayado como a el le gustaba.

Frente al portón Ramírez se detuvo, bajó, se acomodó la pistola 45 en la cintura y tocó el portero eléctrico, del otro lado como si estuvieran esperando respondieron preguntando quién era.

El Inspector se identifico y las verjas oxidadas con enredaderas se abrieron como si fueran mágicas, al oficial lo siguió la caravana completa que también traía las balizas azules encendidas pero sin sirena.

Por un instante el morbo lo asaltó y pensó como habrá sido la fiesta aquél 31 de diciembre antes de que María Reina Guzmán desapareciera tras quebrarse en mil pedazos contra las rocas, bajo la pendiente que estaba a cuatrocientos metros del ventanal de la habitación conyugal.

Los forenses en su extenso reporte –veinticuatro páginas- advirtieron que fue penetrada vaginal y analmente, por dos personas y reiteradas veces, pero que no fue una violación, fue consentido porque no se encontraron rastros de violencia. Todos los golpes fueron producto del choque con las piedras abrazadas por las aguas del Río de la Plata. Ramírez pensaba mientras veía la casona y tras el vidrio de la puerta principal a la mucama, cuántas veces la doméstica habrá escuchado los quejidos de placer de la señora, si se habrá excitado esa mucama siendo testigo auditiva y porque no ocular, de las orgías Bustos – Guzmán.

Pero el ingeniero estaba enamorado de su asador desde hacía diez años, las contradicciones de Jorge Olivera lo llevaron a confesar el amor prohibido y oculto ante la sociedad ganadera de Berizo, y contar a los investigadores cuando lo convocaron en calidad de testigo que los tres eran casi una pareja normal. Excepto por eso, que eran tres.

Dijo que aquel 31 de enero minutos antes de las doce estaban al borde del precipicio donde terminaba el extenso parque jardín de la casona y María le hacía una fellatio a su esposo mientras el con devoción lamía el ano de la señora.

Habían cenado temprano para recibir el año nuevo y esa vez, como muchas otras especiales, Olivera no cocinó.

Luisa, fue la encargada de acomodar el lechón al horno que encargaron con anticipación a esa velada que sin saber nadie, sería la última para María Reina.

Dijo que tras el acto sexual en el cual los dos hombres penetraron y eyacularon en las profundidades de la actual difunta, ella empezó a bromear con un salto desde el peñasco.

Producto de la mala idea de mixturar champagne y cocaína, María les dijo a los dos que podía volar y aún con el pijama de lycra puesto y bien transpirada por el calor y el deseo sexual consumado, se echo al vacío.

Tras rebotar en las rocas su cuerpo quedó boca arriba y Bustos con Jorge bajaron y se aseguraron que lo que quedaba de María, se lo devorara el inmenso Río de la Plata que ese año nuevo está quietísimo.

Regresaron a la casona y el tres de enero decidieron que había pasado bastante tiempo para denunciar la desaparición de la señora María Reina Guzmán.

Cuando le abrió la puerta la mucama Luisa, el Inspector hizo una pregunta retórica, si se encontraba el ingeniero en casa. Estaba sentado leyendo el diario en el living, al escuchar el arribo del oficial salió a su encuentro en una calcada imagen a la de aquel diecisiete de enero cuando el mismo oficial vino a darle la terrible noticia que para Bustos no era noticia.

Ahora Ramírez exhibía una papeleta y lanzó la frase que era parte de su trabajo: “Tengo una orden de detención por la falsa denuncia de la desaparición de su esposa María Reina Guzmán, es posible que la causa cambie a posible homicidio”.

El dueño de casa sin responder y con cara en forma de signo de interrogación pensó la frase que le dijo Jorge Olivera aquella noche del uno de enero antes de dormirse junto a el, mientras miraban por el ventanal el precipicio donde concluía el parque jardín. “Besame y olvidate de vivir”.-

FIN

lunes, 20 de septiembre de 2010

Un burrero verborrágico

¿Se puede hablar ininterrumpidamente por tres horas a bordo de un micro y no dejar dormir al pasaje? Sí, Carlos, un burrero empedernido explicó sin querer apoyado en su verba inflamada, lo que es el negocio de las carreras cuadreras en la región.

Junto a su esposa “la gringa” y un cuidador de caballos, “pitu”, el extravagante corredor subió al ómnibus a la salida de Goya con tanta mala suerte para los demás pasajeros que su destino final, fue la capital provincial.

En la Terminal de Corrientes hizo combinación a Posadas (Misiones), allí lo aguardaba una “gran carrera” prevista para el mediodía del domingo, el regordete apostador en su afán de comunicarse se explayó sobre detalles de cómo “buscar la suerte”.

Según Carlos, el azar puede ser armado a imagen y semejanza de cada uno, en el caso de los caballos y las carreras, el secreto radica “en el ojo que uno le pone a la yegua o al potrillo”.

Así, según el avezado ludópata de los equinos, “uno hace su suerte” y se alza con varios miles de pesos por carrera.

Además y mientras escanciaba cerveza en lata dentro del micro, en su monólogo que lo tenía como interlocutor al joven “pitu”, contó también que su verdadero trabajo está en el sur. El mar, se embarca tres meses al año: “Porque yo ya no estoy más para irme por seis meses y ahora tengo que ver cómo hacer porque me están llamando de la empresa, quieren que vaya para octubre, pero el 20 tenemos la gran carrera en Vera (Santa Fe)”.

Carlos, como hacedor de la suerte, ya tiene su plan para diferir su incorporación en el navío para el próximo mes, inventará alguna enfermedad, presentará un certificado médico, previo pago efectivo al facultativo, y finalmente se incorporará a la tripulación recién en diciembre, antes de las fiestas de fin de año.

De clase media baja vive en un barrio goyano donde varias veces terminó en la comisaría jurisdiccional, pero jura que “nunca yo hice nada” y afirma contundente que “el apellido de ella pesa. Pesa mucho más que el mío”, en silencio y a penas agregando algún que otro bocadillo, “pitu” que habla con setas, a todo dice que sí y debe ser no tanto por coincidir sino porque abriga una vana esperanza de que su amigo se calle por un rato.

La gracia de “la gringa” a Carlos más de una vez lo salvo de las garras de la justicia y de la fuerza pública, “el fiscal es el primo”, dice sin develar identidad del funcionario judicial. En ello radica “el peso” del apellido de su mujer que increíblemente duerme a su lado mientras Carlos no para de hablar y beber.

“Paturuzú”, “La caída”, “El responso” y una serie de extravagantes nombres de caballos se me pierden en la mente, cuando el micro empieza a maniobrar para ingresar a la Terminal de Corrientes, ruido a latas vacías dentro de una bolsa de supermercado se escuchan bajo el asiento que ocupe y el de “pitu”, mi compañero de habitáculo.

A un costado, Carlos, gira su denso cuerpo y despierta a “la gringa”. Nadie sin poder dormir gracias al verborrágico burrero busca la salida del ómnibus.

Yo pienso en eso de “hacer la suerte”. Porque tras la carrera que ganó en Goya este sábado por la tarde, también se coronó campeón de un torneo de truco, una jornada completa para el apasionado de la timba sobre cuatro patas.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Años

Allá lejos lo veo, a Toti con su caballo, ensillándolo en ese gran fondo de la casa de mi tío en Makalle (Chaco), esa sonrisa a flor de cara que tenía, la prolijidad castrense del bigote.

Nos veía y lo primero que hacía era soltar esa risita trémula y salía a nuestro encuentro, solían ser los sábados y los domingos en que íbamos a ese diminuto pueblo que para mí era una aventura, sabía, estaba seguro que nada podía pasarme en ese lugar rodeado por ellos. Papá, Mamá y los tíos.

El micro La Estrella que tomábamos en la vieja estación Terminal de Resistencia donde hoy se mantienen sus vetustos galpones cobijando vendedores de todo, nos depositaba frente a la antigua iglesia makallense de San Antonio de Padua, en su atrio fueron bautizados todos mis tíos, también Papá y cada uno de ellos en idéntica forma recibieron el correspondiente último responso antes de marchar al cementerio local.

De ahí caminábamos unas cinco, seis cuadras (ya no recuerdo bien), y llegábamos a lo de Don Romero, Toti. Habré tenido diez, once, ocho, nueve años, cuando repetíamos esa rutina al menos dos veces al mes. Sin saberlo era lo que muchos años después comprendí que eran los tiempos felices, algo que vivimos los mortales sin darnos cuenta en el momento que pasa.

Ahora esas fotos cada vez se me hacen más borrosas, serán los años, sin embargo no olvido el pánico que le tenía al caballo de Toti y en la soledad de la siesta le arrojaba algún que otro cascote, para ver qué onda, cómo reaccionaba el ‘pingo’.

Pero dicen que no hay prenda que no se parezca al dueño, el equino tenía la cadencia de su amo, de Toti, una calma mansa, así de redundante.

Los veo, a Toti y Papá tomándose un vino con abundante soda, sendos cubos de hielo flotando en esa marea de burbujas color tinto. La mesa larga con mis primos, mis otros tíos y tías.

La tía Nena, mi madrina, con su palidez y flacura producto de un cáncer que asomaba pero que nadie sabía, ni siquiera los médicos, su imposibilidad de tener hijos me puso a mí en ese lugar y gracias a eso cada vez que me veía era como si viera su otra mitad. Me llenaba de regalos y de apretujones, abrazos infinitos que a lo largo del día y de los ratos se repetían.

Como me quería esa tía, hablaba sin parar con Mamá mientras avanzaban con algunos pastelitos en la cocina y yo me ensuciaba en el fondo de la casa, me adentraba en los tacuarales que hacían de muro perimetral en la casa de Toti.

El domingo arrancaba temprano con el ritual del asado, Toti buscando viruta por cada rincón del fondo, ese patio trasero que era como un universo para mí. Lo sigo con la mirada: alpargatas, pantalón pampero abombillado y una faja que lo cuidaba de la hernia que nunca quiso sacársela.

Camisa por lo general celeste, pero también blanca, arremangada hasta los codos. Ahí están los dos, Toti y Papá, Papá como mero observador del encendido de las leñas.

Nunca dejaban de hablar, de remontarse a esa prehistoria que fueron los años de juventud, de vida castrense, Toti como comisario de Makalle, Papá como polis en Corrientes, de gente que se murió hace mucho, de los hijos, de los nietos, de la política, de la economía y de alguna que otra mujer que les robó un amor, pero esa parte yo nunca podía escucharla bien porque bajan bastante la voz.

Polaroid que ahora los años me traen a la mente, algo bueno tiene la nostalgia que es recordar las cosas, personas, en forma agridulce. Qué lejos quedo todo eso, qué grande me hice, nos hicimos, cuánta muerte devoradora de personas pero no de momentos.

Hace tiempo que no voy a Makalle, alguna que otra vez veo su acceso desde la ruta 16 y nuevamente recuerdo que Papá tampoco en sus últimos años quería ir, nunca lo entendí, pero después con las décadas pasadas intuí que se debía justamente a la escasez de parientes vivos.

Imagino que él al igual que yo ahora, padecía esa melancolía de ir a un lugar que lo vio crecer rodeado de afectos, olores, colores, alegrías y tristezas; creo que no quería encontrarse con ese umbral al pasado.

A veces en determinadas circunstancias esos umbrales en lugar de abrirse al paso, atrapan, como enredaderas, te quedas atado a sus tentáculos por doquier.

Hasta que pasa el momento y la cabeza vuelve a la cotidianeidad, esos momentos son estos, los años, los malditos años, cuando los cumplís cada 365 días.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

En menos de una semana dos muertes atraviesan al Estado provincial

Una nena de tres años fallecida el pasado lunes en el Hospital Pediátrico, sin saber aún las causas del deceso en medio de acusaciones por parte de los padres, sobre mala atención y desidia en el centro asistencial. El hecho se sumó al homicidio del adolescente Ezequiel Riquelme en el Barrio Pio X a manos de policías el martes de la semana pasada.

Ambas imágenes se parecían, calcadas, padres y madres llorando ante las cámaras de televisión. Compungidos, las caras desencajadas y sin encontrar explicaciones por parte de los responsables y un denominador común, en ambos casos, la pobreza envuelve a los protagonistas.

Una niña de tres años murió el pasado lunes en el Hospital Pediátrico Juan Pablo II sin saberse hasta el momento los motivos, pero sus familiares, una tía que llevó a la nena muy mal al centro asistencial contó que la tuvieron toda la mañana de un lado otro.

Varios médicos la habían visto “de paso” a la pequeña pero nadie hacía los estudios que debían hacerse para saber fehacientemente qué es lo que tenía, entrada la tarde, Agustina murió y recién el martes, mediodía después, las autoridades sanitarias ensayaron explicaciones ante los medios de comunicación.

Como si fuera una muletilla el propio titular del Hospital para niños, Alberto Braverman, dijo que por motus propio, todo se había enviado a la justicia y que la justicia será la que se expida.

Mientras tanto se desconoce y así lo reconoció el médico, las causas que produjeron la muerte de la niña, más allá de haber estado alrededor de diez horas en el centro asistencial y ser vista por varios doctores.

Sin embargo, el funcionario defendió el procedimiento y aseguró que los facultativos obraron bien, como se debe y como mandan las rutinas médicas a la hora del ingreso de pacientes.

Los padres y familiares directos de Agustina no coinciden, contaron que fueron mal atendidos cuando llegaron al nosocomio y que hubo demoras en la atención, mal trato de los médicos y desidia porque nadie se hacía cargo de la pequeña que a su vez, tiene un hermano de un mes de vida también internado en el mismo lugar.

Las autoridades, sí aclararon que meningitis no es lo que tuvo Agustina y que su pequeño hermano tampoco padece esa enfermedad, es atendido por una neumonía y que a pesar de no saber qué fue lo que le quitó la vida a la niña, sí están seguros que meningitis no fue.

El hecho posee como denominador común la pobreza que envuelve a sus protagonistas que acuden a los servicios públicos del Estado, a menos de una semana de que la policía provincial (servicio de seguridad), haya asesinado de un disparo en el cuello al adolescente Ezequiel Riquelme en un procedimiento para detener a supuestos jóvenes arrebatadores.

Allí también las explicaciones del área fueron enclenques y al igual que el caso de Agustina, los funcionarios prometieron como palabra divina, que todo quedó en manos de la justicia, que es cuestión de tiempo para saber qué es lo que pasó y que lo ocurrido es una excepción a la regla del funcionamiento estatal.

Días después la realidad y antes que la justicia, expresó que no son cosas aisladas.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Reciclan policías retirados como nuevo método para mejorar la seguridad

El Gobernador Ricardo Colombi firmó un decreto para autorizar la contratación de 300 policías jubilados, ahora serán recontratados por el Estado para vigilar “puestos fijos” y de esa manera, liberar a policías en actividad para que se dediquen a tareas de calle. El anuncio se hizo a dos días del brutal asesinato de un menor de 14 años a manos de efectivos provinciales durante un procedimiento en el Barrio Pio X.

Con el Decreto Nº 2693 el Gobernador Ricardo Colombi tomó una medida más que particular, recontratar a policías jubilados para que vuelvan a trabajar, la idea es que los que estaban en sus casas disfrutando del retiro, se encarguen de “vigilar puestos fijos”.

El trabajo de estos uniformados que volverán a utilizar el término de manera literal, consistirá en la custodia de viviendas oficiales donde habitan funcionarios provinciales, edificios públicos y de esa manera usar a policías en actividad para tareas de calle o procedimientos.

Los jubilados que regresan al ruedo podrán ser contratados por un año con la posibilidad de renovárseles por idéntico periodo, una nueva contratación, el acto formal de presentación fue esta mañana en casa de gobierno y a dos días del brutal asesinato de Ezequiel Riquelme, adolescente de 14 años muerto de un disparo en el cuello tras entregarse a un grupo de efectivos que lo perseguía en el Barrio Pio X.

Es muy claro entonces el mensaje que envía a la sociedad correntina la actual administración, hechos como el del chico Riquelme son “errores” como lo calificó el ministro de Gobierno y Justicia, Gustavo Valdés, después agregó la esotérica frase: “A las armas las carga el diablo” y no se entendió bien si los endemoniados eran los policías o qué cosa.

Por el hecho hay un solo efectivo que dicen está arrestado, su identidad y rango exacto aún no trascendió. En tanto que ayer (miércoles) declaró el vecino donde se escondió Ezequiel cuando corría del grupo de policías, el testimonio del hombre fue lapidario: “El levanto las manos, se entregó y ahí le dispararon”, dijo.

Sin embargo, esta mañana durante la presentación del reciclado de uniformados, Valdés no hizo referencia al episodio “trágico” como también lo calificó, sí se esmeró en enumerar una larga serie de medidas que tomará el actual gobierno; más armas, más móviles, más personal y olvidó quizás agregar, más crucifijos, por eso de que “a las armas las carga el diablo”.

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Sólo los hechos: el martes 07 de septiembre por la tarde policías dependientes de la comisaría tercera fueron alertados por una mujer a quien dos arrebatadores le quitaron una cadenita de oro, los uniformados iniciaron una persecución que los dejó en pleno Barrio Pio X, allí se cruzaron con dos jovencitos que hasta ahora no se sabe si eran los ladrones de la bijouterie de la señora, uno de los chicos empezó a correr y se refugió en la casa de un vecino pero ya estaba rodeado y al salir para entregarse fue cuando se escuchó la detonación de una escopeta calibre 12.70 (de gran poder de fuego).

Si bien la munición era de goma –no de plomo- el disparo fue a tan corta distancia que destruyó todas las arterias principales del cuello de Ezequiel que ese mismo día a las 23, dejó de existir en el Hospital Pediátrico Juan Pablo II.