martes, 28 de junio de 2011

Sobrino de...

Preparaba mi MP5 para grabar el par de preguntas que le haría a Enrique Zuleta Puceiro, reconocido encuestador con mucho kilometraje en bocas de urnas y anticipar quiénes serán gobernadores o presidentes. De paso por Corrientes invitado por la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) para abrir un curso de capacitación política, ahí estaba yo pasando desapercibido con la trémula idea de hacer al menos una sola buena interrogación que me salve la nota y todo un tabloide de diario que debía llenar con apreciaciones del personaje.


Con una sagacidad felina un joven se me adelantó y estrechó su diestra al disertante: “Que tal Zuleta Puceiro como está…”, enardecido en mis interiores me contuve y aguardé que el cholulo dijera lo que tenga que decir y se largue.


“Quería pedirle que me recomiende algún libro para leer…yo soy el sobrino de Pedro…el vicegobernador”, lanzó quien a esa altura ya era destinatario de todo mi arsenal de veneno.


Zuleta no entendía mucho, ni quién diantre era ese muchacho muy presentable con saco de corderoy al tono, ni quien era Pedro, discurrió entonces en textos de economistas y políticos sin dar precisiones de profesor sobre qué libros leer.


Caramba me dije, esto es lo que somos: “Sobrino de…” semejante chapeo como a comienzos del 1900. Y entonces retrocedí al inicio de toda la disertación.


Había jóvenes de la Franja Morada interesados en lo que decía el encuestador que a riesgo de afirmar la verdad, no tuvo un discurso técnico ni científico, habló de la coyuntura en líneas generales. Sin embargo el público lo escuchaba como los aborígenes a los chamanes, un auténtico gurú de la política dije al ver los rostros en la platea del salón de conferencias de un hotel que quiere ser de lujo. Lugar donde se hizo la exposición.


Vi además de este sobrino irrespetuoso en busca de bibliografía, a señoras muy coquetas de andar cansino debido a los grandes tapados y alajas de fantasía que portaban.


Estoy casi seguro que algunas de ellas dirán este fin de semana en reuniones de amigas: “Lo fuimos a ver Zuleta Puceiro y no sabes las cosas que dijo…que bien que habla ese hombre”. Y en realidad no tienen la más pálida idea de lo que habló Don muestreos de opinión.


Después me fui en mis pensamientos en los señores, todos de dobles apellidos muy radicales ellos. Ah, porque la mayoría según mi testeo, eran ucerreitas. Incluso el gobernador Ricardo Colombi estuvo invitado pero no fue.


Bueno, decía, los caballeros aportaron lo suyo a la hora de las preguntas al chamán, digo al encuestador. Uno solicitó comparaciones de la nueva reforma política con el sistema electoral a inicios del siglo pasado. Habló de voto calificado y demás extinciones que supieron viciar de retrogrado al sistema electoral y político del país.


Luego otro pidió definiciones sobre la derecha e izquierda, es decir, que se diga bien quién es quién. Zuleta sonrió y contestó que eso es como buscarles el sexo a los ángeles, nadie en hoy en día ni es tan de derecha ni tan zurdo.


Tras acomodar en mi mente toda esta fauna de abogados con prosapia y linaje local que suele acudir a este tipo de encuentros, volví al pariente cercano del vicegobernador. Un gran remedo de lo que el conservadurismo en la provincia siempre quiso ser, formado e instruido, pero quedado sólo en eso, un deseo. Tuvieron el poder a lo largo de años recostados en el estatus quo de apellidos compuestos, estancias y títulos honoríficos. Y una sociedad anquilosadamente conformista y por ende muy fácil de domesticar.


Sobre la nota y mi pregunta que me salvara la página que tenía que hacer…bueno, Zuleta tropezó con una frase: “El 70% de los argentinos cree que todo se irá al carajo”. Como gris cronista mediocre que soy me prendí de eso y contorsioné sobre el teclado.


http://www.diarioepoca.com/notix2/noticia/247827_zuleta-puceiro-entre-el-optimismo-electoral-y-un-pronostico-agorero.htm

Fragilidad

Pasaron algo más de siete días y es difuso, parecen años, por otros momentos décadas y en la noche gélida de este invierno aparenta ser una partida reciente. De esas cuando uno se aleja del andén sintiendo aún el último beso, el abrazo y lágrimas queriendo rebasar la represa de los ojos.

Recuerdo el olor a sangre coagulada, sus ojos abiertos como faros de mar horas antes de irse, sus ganas de hablar. Los cables de goma, las sondas, los parches, los partes médicos inentendibles. La soledad de la cama de un hospital, su piel resaca casi escamada, pasarle crema.

Quiero quedarme entonces con la gallardía e hidalguía que le puso a los últimos días, una terrible soberbia por quedarse a este lado de la existencia.

Entiendo o al menos trato de hacerlo como forma de estúpido consuelo que murió como vivió, con una gran fuerza y fortaleza y que inexorablemente los humanos estamos condenados a ese fin. Del polvo somos y al polvo vamos dice el libro de cabecera del talibanismo católico.

Sin embargo y como mi oficio me indica busco respuestas en lugares de escasa certeza, la filosofía, el existencialismo y demás corrientes del supuesto pensamiento que acomoda la explicación de la muerte en solventes bibliotecas mundiales.

Porqué tanto sufrimiento, qué hay de la agonía, de las eternas horas en terapia intensiva o sala.

Al cabo me doy cuenta que esas preguntas son callejones sin salida o al menos, laberintos con escapes ficticios, espejismos de explicación.

Vuelvo entonces a los años, los malditos años que nos ponen así. Tristemente melancólicos. La veo lidiando con las rosas de casa, aprontando un bolso para ir a La Verde, Makalle o Córdoba. Comiéndose grandes proporciones de un asado.

Y si voy más allá llego aunque borradamente en mi maltrecha memoria a cuando estaban aún los dos, ella y él, enredados en eternas charlas sobre cosas tan diminutas y cotidianas, insignificantes; cómo cuándo cortar el pasto, si restaba mucho para cobrar la jubilación, lo que había que reparar en la casa con el próximo jornal. Pequeñas grandes cosas como dice el “Nano” que hacen el mundo de cada persona.

Regreso abruptamente de esos soliloquios de mi prehistoria y la veo mateando en el patio de entrada en casa, con lo que me fastidiada por el rose con la “chusma barrial” aunque a veces se lo decía por el mero hecho de buscar una respuesta sabia, como azuzándola: “Cuando muera ya voy a estar encerrada”, me lanzaba desde la silleta ensillando un mate dulce lavado que habituaba hacer entrada la tarde.

Ese encierro discurrirá por el recuerdo y polaroid que cada uno de quienes la conocimos nos guardamos como un codiciado tesoro, lánguido andar tendrá esta ausencia que dejó, esos vacíos imposibles de llenar. Amainándolos sólo con la remembranza de su risa, su olor, la suavidad de su piel y su mirada. Sobre todo una, cuando ambos nos observamos profundamente y sentíamos que no habría otra vez, en lo más profundo sabíamos que estábamos llegando al final. Al menos en este lado de la existencia.

Sin embargo cuesta creer y entender que esto ha sido todo. Que cuán frágiles somos ante la vida y la muerte.

A Doña Ramona y su partida. 19 de junio de 2011.

miércoles, 15 de junio de 2011

Estatuillas rotas

Un hijo de desaparecido cuya abuela fue una de las homenajeadas ayer en casa de gobierno por su tarea en Derechos Humanos, dijo, “las estatuillas estaban rotas”, ahí entendí todo lo ocurrido este pasado martes en la gobernación de Corrientes.

El gobierno nacional el año pasado y en el marco del Bicentenario creó una distinción para Madres de Desparecidos entre 1976 y 1983 en todo el país, aquellas que incluso no militen o formen parte de agrupaciones. Pero que hayan padecido ese perverso invento argentino, la desaparición forzada de personas.

Dicen que fue un gran acto, yo no fui pero colegas estuvieron ahí, en el Salón Amarillo de casa de gobierno absolutamente Barroco en su decoración y arquitectura. El gobernador Ricardo Colombi y su gabinete a pleno fueron los anfitriones en una extraña conducta política correntina. Peronistas y radicales quienes se odian en la coyuntura electoral, aplaudieron y se emocionaron por lo mismo, las Madres.

Sabido es que al menos para una parte del peronismo la cuestión de los derechos humanos es sagrada, para otra no tanto, la que está sentada a la derecha de López Rega en el último piso de los infiernos.

¿Pero los radicales? No creo que a Colombi particularmente le interese mucho el tema, quizás si tenga que ver con arroz o cría de ganado vacuno, pero en definitiva ayer se lo vio dando besos a las “viejitas” y sacándose fotos. Incluso sus acérrimos adversarios políticos tuvieron que aplaudirlo porque todo es políticamente correcto. Cuando terminó el acto se desquitaron cantando la marcha peronista en plena gobernación.

A mi sentir una gran angustia, ninguno de esos políticos que estuvo ahí les interesa las madres de desaparecidos, ni los derechos humanos, estuvieron ahí porque justamente es políticamente correcto y la plusvalía de sumar porotos con el kirchnerismo nacional. Hasta Colombi lo hizo por ese motivo y las estatuillas rotas así lo simbolizan, ni siquiera tuvieron la delicadeza de cuidar el embalaje de los reconocimientos. Demuestra el interés real que le dan al tema.

Igualmente creo que lo de ayer fue histórico más allá del gran barniz político. Fue la primera vez que la provincia de Corrientes, como Estado, reconoce el sufrimiento de familiares directos de las victimas y de víctimas de la última dictadura militar. Sobre todo en esta tierra tan afecta a los status quo y al conservadurismo. También y hay que decirlo que la idea de los reconocimientos es nacional y se extiende a todo el país sin importar los colores políticos de cada gobernador de provincia y eso también es bueno.

Por último, el gobierno no difundió oficialmente el acto del Salón Amarillo, ni siquiera una minuta con un par de fotos.

Sí, entrada la tarde envió a los medios desde su organismo comunicacional, sendas gacetillas y muchas fotos de Ricardo Colombi con productores pecuarios en un remate ganadero. Al igual que las estatuillas rotas creo que también eso es un símbolo de algo.

miércoles, 8 de junio de 2011

Uno nunca deja de ser lo que es

El hombre había pasado toda su vida en la milicia, tuvo a su mando muchas unidades y hasta llegó a combatir en la recuperación de un cuartel en la provincia de Buenos Aires a fines de los ‘80. Por esa acción donde fue herido y regó con sangre el suelo sagrado en que suele convertirse el ámbito castrense, fue condecorado.

Pero el susodicho que por cuestiones de formas no develaremos nombre, en realidad es un Dandy, un Dandy que puede caber perfectamente en el molde Neoliberal de los ’90. Amable hasta el hartazgo, de buenos modales y muy, quizás demasiado políticamente correcto. Bien vestido al andar y con pañuelos ganaderos al tono en tiempos otoñales como estos.

Resulta que este hombre se encontró en las postrimerías de su carrera de una manera sorpresiva porque no estaba en sus planes que el Congreso de la Nación no apruebe su pliego para ascender al cargo inmediato que le hubiese significado al menos, cinco años más de vida metida en el uniforme.

Sabrán amigos que tras la reforma constitucional de 1994 el parlamento nacional es quien otorga ascensos y bajas dentro del Estado Mayor –coroneles, generales, brigadieres, almirantes y comodoros que integran las tres fuerzas armadas: Ejército, Maria y Fuerza Aérea- . Pero este militar muy lejos de quedarse desocupado o dedicarse a la actividad privada incursionó en la pública, desde hace muy poco ocupa un cargo de tercera línea en la administración provincial desde donde promete andar sobre carriles del equilibrio.

Logró incorporarse al mundillo político a través de sus relaciones con esa fauna tan disímil y destructiva como la dirigencia provincial y nacional, similares a los dinosaurios en su capacidad de sobrevivencia.

La particularidad es que el hombre ahora reniega de todo una vida. ¿Curioso no? Querer obviar más de tres décadas de entrega a una existencia. “No uses la palabra militar porque genera rechazo”, me dijo con tono de clemencia

Recórcholis, pensé hacia mis adentros, porqué será.

Al comentarle la anécdota a un colega este a su vez me contó otra que se las paso a relatar: en febrero de 2008 se inició en Corrientes capital una de las causas de juicio por delitos de Lesa Humanidad más complejas de todo el país, había varios imputados que en realidad fueron denunciados en 1994 pero la Ley de Obediencia de Vida y Punto Final los hizo zafar de la justicia. En 2003 el gobierno de Néstor Kirchner vía Congreso anuló es norma y las causas se activaron y cobraron rapidez muy similar a la velocidad de la luz.

En esta capital se enjuició a varios altos oficiales del Ejército que participaron en el secuestro, tortura y desaparición de militantes políticos o cualquiera que a ellos les pareciera un riesgo para el gobierno militar de la década del ’70.

Entre los acusados y que luego fue condenado a cadena perpetua -25 años de prisión- se encontraba un tal Horacio Losito con grandes destrezas en “inteligencia” que no referían a su capacidad de discernimiento intelectual, sino al seguimiento, captura y ocultamiento de personas tras detenciones ilegales que se acostumbraban a realizar en el gobierno de facto.

La cuestión es que durante las audiencias este hombre aludía como coartada que los cargos y hechos que se le imputaban jamás los pudo llevar a cabo porque no estaba en Corrientes, sino en Tucumán. ¿Haciendo qué…? y un curso de “inteligencia” que otra cosa más.

Para comprobar esto ante el tribunal Losito convocó a un viejo jefe, camarada y amigo que supuestamente ofició de maestro en el norte.

Este testigo que luego y por otras causas judiciales similares también terminó entre rejas, llegó a esta capital para atestiguar a favor y corroborando lo que decía su subalterno ahora metido en serios problemas judiciales.

La mañana que debía comparecer ante los jueces llegó al juzgado del brazo de nuestro amigo el Dandy Militar.

Pero lo que son las cosas de la vida, imagínense la escena, repletas de militantes de Derechos Humanos y periodistas.

La cuestión es que mi colega que me contó todo esto lo retrató con cámaras fílmicas a los dos, al Dandy y al testigo de Losito.

Días después nuestro militar devenido ahora en funcionario, discó el número de celular de mi colega –conseguido tras una acotada pesquisa- y haciendo uso de sus modales de Dandy, dijo que le gustaría explicarle que él sólo acompañó en aquella ajetreada mañana a un camarada y amigo. Esas cosas que se tienen cuando uno es del palo ¿no?. Y que todo lo concerniente al juicio que lo resuelva la justicia que él –nuestro Dandy- es un hombre de la democracia y el disenso.

A reglón seguido le pidió a mi colega si era tan amable de pasarle el número telefónico de otros periodistas que él con esa inconmensurable paciencia que posee les explicaría el desliz de acompañar, del brazo, a un acusado de delitos de Lesa Humanidad al banquillo judicial.

Mi colega al igual que yo no salía de la sorpresa.

Me queda entonces una gran disyuntiva. Nuestro amigo el Dandy, militar, funcionario. Todas esas formas y boato de buen ser ¿son naturales o meras poses? Dicen que uno nunca deja de ser lo que es.

Ah, lo olvidaba, el Dandy recibió a comienzos de los ’80 una condecoración del Estado Mayor por obtener el pimer puesto en un curso avanzado de “inteligencia”.

domingo, 5 de junio de 2011

¿Como son los correntinos?

Jorge Fondebrider en la segunda jornada de su disertación en el taller de Periodismo y Literatura fue contundente al joven coordinador del curso: “No es una cuestión de deidad, si no tengo wi fi bueno, guardo la computadora a pesar de que dijeron que en el hotel había. Pero al menos duermo y que de la canilla me salga agua. Decile al que dispuso el hotel que es muy malo el servicio, no puede ser que no pueda dormir porque hasta la una de la mañana ponen música en el bar”.

El muchacho de la subsecretaría de Cultura soporta estoico y sin emitir palabra como grabando hasta punto y coma el planteo.

Cómo explicarle a este hombre de mundo, letras y cultura que lo que padeció durante la madrugada y en las primeras horas de haber llegado a Corrientes es una constante en la capital de la provincia. Si bien lo aclaró, no es una cuestión de deidad, pero grandes artistas no se hospedan en esta ciudad en la previa a un show, lo hacen al otro lado del río Paraná, en Resistencia (Chaco).

Corrientes es la capital provincial más poblada de todo el Nordeste argentino, casi llega a los 500 mil habitantes y lidera el conservadurismo ante sus pares de Misiones, Formosa y Chaco.

Desconfiado, sumiso y con una tolerancia que se asemeja al conformismo el correntino de capital y de la costa del río Paraná se diferencia ampliamente de su homónimo de la costa del río Uruguay. Ambos afluentes abrazan a la provincia de norte a sur definiendo además el rasgo característico de sus habitantes en ambos extremos del mapa y en el caso de su metrópolis, a orillas del Paraná, fundado en este confín de la Republica.

Sobre ese marco de conservadurismo la sociedad correntina supo regarse de buenos mitos. Por ejemplo lo del paye, una especie de mitología guaraní que se remonta hasta antes del arribo de los colonizadores en el sigloXV, dicen que quien anda por estos lares queda cautivado por una rara e inexplicable razón que lo hace volver siempre.

Claro que en aquellos tiempos no existían los malos hoteles como el que le tocó en desgracia a Fondebrider. Mucho menos si el forastero desea comer algo en plena siesta o en la alta madrugada. La ciudad en esos márgenes horarios es un desierto sólo poblada por fantasmales transeúntes.

Creo que la escasez de buenos servicios en Corrientes está atada a su idiosincrasia del recelo hacia todo lo que sea de afuera. Algo que con sangre y látigo de mayordomo la dirigencia política de la provincia supo imponer a los correntinos. Otra muestra de ello es el prefacio: “Si Argentina está en guerra Corrientes la va ayudar”.

Semejante jactancia de altruismo que suena a una declaración suicida lleva a pensar que Corrientes es un apéndice de la República Federal que la Argentina al menos en su declaración de independencia lo establece.

“Corrientes República aparte” es otra de las máximas que cada uno de los gobernantes supo inocular a fuerza de repetición a sus conciudadanos para marcar que algo de satélite con respecto al país, tenemos los correntinos. Ambas definiciones están concatenadas y reafirmaron durante lustros el aislamiento del resto del país como si fuera una filosofía de vida o una naturaleza a la cual debemos entregarnos.

Esto de la mirada fruncida sesgada por el dejo de la desconfianza se traslada a otras aristas como es el carnaval. Algo caro al sentimiento del correntino capitalino, tan caro que no lo comparte con nadie.

Esta expresión de correntinidad tuvo sus años dorados a fines de la década del ’50 y ’60, ya en los ’70 empezó a decaer y con la llegada de los gobierno militares desapareció. En los ’80 con democracia reestablecida siguió en la cripta del olvido y recién en los menemistas ’90 volvió a ver la luz.

En la purpurina se ve marcadamente lo dicho más arriba, el evento carnestolendo se convirtió en los últimos años en una mera fiesta de entre casa que no trasciende las fronteras de los accesos y egresos a la ciudad capital. Ni siquiera son invitadas comparsas del interior provincial tan o más buenas en lo artísticos y bellezas de mujeres, que las capitalinas.

Con eso, mucho menos las plumas vernáculas no pudieron competir con sus pares entrerrianas de Gualeguaychú. Actualmente Entre Ríos logró, con mucho trabajo y esfuerzo, quedarse con la plaza carnestolenda del país. Lo hizo porque supo y entendió que el negocio va de la mano de un buen espectáculo y creó en esa ciudad todo un marco para afianzar un evento año tras año, ahí nuevamente se me viene a la mente lo de Fornabrider; ¿cómo será el servicio hotelero en Gualeguaychú?

En cambio cada verano la correntinidad se esmera en apresurarse para el carnaval un par de meses antes de enero. Con gran batifondo apuran al Estado provincial o municipal para que financie el evento y de esa manera las familias encumbradas de la capital correntina puedan salir a la avenida a mostrar su despliegue escénico, algo que muchas veces queda en un burdo exhibicionismo de chicas con apellidos compuestos con mucha prosapia local.

Reseña

Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán es una pregunta, suena como tal y hacia esa dirección va el nuevo libro de Jorge Fernández Días quien contrariamente al personaje de cronista solitario, alcoholizado y gris que figura en este compendio de relatos policiales, en la fotografía de solapa de la obra se parece más a un Dandy.

El regreso del escritor y antes periodista aunque dicen que ambas cosas siempre se entrecruzan navega por las movedizas aguas marinas del género policial. De hecho Fernández explica que cada uno de los capítulos encierran viejas notas de su pasar por la sección policiales de extinguidos diarios en la década del ’80.

Tiempo en que los hombres de prensa pasaban muchas horas diurnas en la calle a la caza de buena información y una vez cerrada la edición, sucumbían en bares cercanos a las redacciones.

El autor da estas muestras de esa bohemia desaparecida a lo largo de todo el libro choca en su vertiginosa narración con chispas del gran fuego sagrado de Osvaldo Soriano, hay parecidos con las andanzas del gordo y el flaco en Solitario, Triste y Final.

Claro que podemos estar ante la presencia de una gran influencia del periodista y escritor fallecido.

Sin embargo Fernández colisiona con clichés holivudenses en gran parte de los relatos, especialmente al momento de la acción que si bien poseen rasgos de argentinidad, llevan consigo marcas del cine estadounidense. Por ejemplo: ver cómo unos matones devenidos en militares represores de los ’70 acomodan dos cadáveres en una casa de playa y la prenden fuego. Ese cuadro es contado por el Fernández con minuciosidad y aceleramiento pero lleva la memoria inexorablemente a películas norteamericanas de las re que repiten hasta el hartazo en el cable.

Pasa que Fernández carga un sobre peso, La logia de Cádiz y Dilema de los Próceres fueron obras que marcaron su camino hacia la narrativa tras el majestuoso Mamá. Él mismo así lo dice cada vez que puede. “Creo que el periodismo narrativo puede decir y hasta denunciar tantas o más cosas que el periodismo de investigación”.

Hijo de inmigrantes españoles en 1981 fundó “Retruco” una publicación barrial que le sirvió para hacer las dos cosas a la vez, periodista y escritor.

Con varios premios como el de Editores de Cataluña, Atlántida y la Medalla de la Hispanidad, Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbran cojea ante la altivez de sus obras anteriores.