lunes, 24 de octubre de 2016

Oleaje

Cíclico. Las ondas del oleaje se mecen en esa extraña física que las impulsa sobre la superficie del
agua. Movidas por el pasar de los barcos, sus estelas. Las huellas de esos gigantes que avanzan acompasados y al parecer nunca tienen prisa. Vestigios del romanticismo perdido en la vida moderna.

Oleaje que mueve a las musas. Las despierta, las baña en su ir y venir. Un rompecabezas sobre el agua. La analogía de que la existencia de los mortales está signada por lo cíclico: el amor, luego el desamor. De nuevo el amor. La vida, después la muerte. De nuevo la vida. Reír, llorar y viceversa. Odiar, amar, odiar otra vez. Ilusionarse, desilusión; el fracaso, el éxito; tropezar casi siempre con las mismas piedras. Y el oleaje va y viene con la cadencia que tienen los sabios. Sin apuro, completamente seguro de sí mismo.

La superficie queda quieta. Muerta tras el paso de las ondas y es como que todo retoma la calma. ¿Será así la vida? Tras un oleaje regresa todo a la normalidad. A caso dejan cicatrices las olas. Si dejaran huellas nuestras vidas estaría tan marcadas como un mapa viejo hecho a mano alzada por un fracasado buscador de tesoros.

Oleaje. Te busco en las noches. En los ocasos para que despiertes a las musas que son difusas. Ellas cumplen tu física. Van y vienen, los navíos que las mueven suelen ser la imaginación. Y todo lo mencionado antes. A veces el desamor, otras tanta la alegría pero el motor omnipresente de las musas son las pasiones. El magma hasta ahora inexplicable que nos hace frágiles. Porque las pasiones representan todos nuestros laberintos con salidas falsas donde están las contradicciones.


Yo sólo quiero dejarme llevar por el oleaje. Quizás una fórmula exacta para ir y volver de manera constante en la historia. En la existencia. 

lunes, 3 de octubre de 2016

Falla en el séptimo cielo

Fue una mañana que inició en la medianoche de un día conmemorativo a una Virgen. Patrona de
ejércitos invencibles en épocas de revoluciones por la libertad. Camino al colectivo los transeúntes se le hacían enormes, como si fuesen seres de esas malas películas de ciencia ficción. El frío cortaba la cara. Su cara. Empezaba a sentir así un extraño sabor que casi lo había olvidado. Que ni siquiera en la peor de las situaciones había planificado aunque no era de programar su vida en el día a día.
Las cuadras a la parada eran una eternidad. No sabía bien si querer llegar a su casa o perderse en algún confín de esa ciudad que a las nueve de la mañana era un planeta de otra galaxia. Volvía entonces a ese extraño sabor en la boca que no eran los besos de aquella madrugada. No eran esas miradas furtivas con pestañas prolijas y enormes, no eran los lunares que acarició y besó y contó y perdió adrede la cuenta. No eran esos tacos ruidosos sobre la vereda, no era esa piel que tanto había soñado tocar. Lo que sentía en ese frío matinal de septiembre fue el inconfundible sabor de la derrota. De la desazón, de quebrarse contra el piso como si fuera un cristal. Era una tormenta de emociones que acarrearía en las 72 horas siguientes un torrente de angustia, tristeza y la torpe pregunta que siempre llega después de la derrota y la desazón: Por qué. Cómo había podido fallar sobre aquel séptimo cielo. Volvían entonces imágenes de ese balcón con los carteles luminosos de la ciudad. Sobresalía el de la perdición: Casino. Si iba esa noche a la ruleta quizás tenía suerte. Pero a esa altura de la mañana ya todo le parecía echado a la cruel mesa de la verdad. Una vez en el bondi se recostó sobre un asiento. Cada minuto transcurrido estaba más vencido que en el minuto anterior y parecía como una burla lo que aún el destino le tenía guardado como último acto de esa caricaturesca mañana seguida de una velada donde en un momento sintió la paz. Acarició la libertad. Ocurrió cuando la besó y la tuvo sobre su pecho. Y una lágrima soltada por ella cuando sólo verbalizó lo que ambos sabían desde hacía años, lo había convertido, por unos instantes, en inmortal. Horas después todo se convirtió en escombros. La devastadora idea de no saber exactamente qué había pasado con ese ángel que empezaba a parecerse cada vez más a un recuerdo.
Yira yira
“Me vas a hacer adicta a tus besos”. La frase del ángel era un disparo rebotando enloquecidamente en su cabeza. También se convertía en una tabla en el mar. Un sostén que les da una quimérica ilusión a los náufragos de que se salvarán.
Recostado sobre el asiento del colectivo, los ojos ocultos tras las gafas para sol, frente a una rubia con aspecto de universitaria, empezó la burla de lo que sería el último acto de una fatídica mañana.
-         Mi nombre es Nicolás. Buenos días a todos. Algunos ya me conocen porque todas las mañana les alegro el día cantando. Voy hacer uno de mis clásicos...

En su derrota lo observada desorbitado al delgado joven con un acento de la región cuyana. El frío cada vez lo congelaban un poco más. El resto del pasaje miraba, pero entusiasmado esperando el número del cantante.
Cuando la suerte que es grela
Fayando y fayando
Te largue parao...
Cuando estés bien en la vía,
Sin rumbo, desesperao...
Cuando no tengas ni fe,
Ni yerba de ayer
Secándose al sol...

Cuando rajés los tamangos
Buscando ese mango
Que te haga morfar...
La indiferencia del mundo
Que es sordo y es mudo
Recién sentirás
Verás que todo es mentira
Verás que nada es amor
Que al mundo nada le importa
Yira... yira...

Atinó a soltar una mueca como risa y pensar que el cantante con acento cuyano era la caída del telón en aquella patética obra de la que le tocó ser protagonista. Hundido en los vestigios de ánimo que le quedaban volvía al ángel desnudo sobre la cama. “Una Venus”, se repetía y se echaba la mente hacia los tiempos pasados. Las pastillas que “ayudaban”, los excesos, los años en que ella desapareció. Las charlas, las despedidas, los aeropuertos en que se abrazaban simbólicamente como amores que se importan recíprocamente. Todo cobraba la velocidad frenética que tiene la desesperación. El collar “de amor” comprado en el Barrio Chino de Buenos Aires que rodeada su cuello.
“Vine a tu vida para algo”, sentía como un latigazo en la mente mientras el cantante terminaba con Yira Yira. Entonces miraba las fotografías mentales que le habían quedado de los labios del ángel. Aquella frase, ella se la había dicho muchas veces y empezaba, ahora, a tener una enormidad feroz y devastadora.

-         Quizás vino a enseñarme a que me mire en el espejo. Para que vea lo que realmente soy. Quizás su misión sea esa. Demostrarme que estoy en un momento donde debo hacer el clic y repensar mi existencia.
O bien sólo es una prueba, una más de miles, que el ángel me está poniendo. Quizás sea otra mera valla para saltar y llegar hasta ella.


Pero el soliloquio lo único que hacía era marearlo más en ese laberinto. Hacerlo ver que estaba sentado en medio de una bifurcación y que debía elegir, en ese estúpido estado en el que se encontraba, uno de los dos senderos.
El cantante se despidió con otro clásico. Cambalache. Al pasar la gorra le dio 10 pesos. El colectivo quedó en silencio. Miró el cel y estaba tan muerto como él. Las caritas que había enviado al ángel no tenían respuesta. “Se habrá dormido”…quiso vanamente tranquilizarse. Una última estocada se le vino a la mente. Un puñal lanzado hace algún tiempo por una amante que se había hartado de ser amante. “Algo te pasa. No podes amar”, había dicho con tono de profecía. No pudo evitar hacer una analogía entre esa recriminación y algunas posturas del ángel. Entonces pensó seriamente que todo podría tratarse de una confabulación del destino y de deseos coincidentes de ex amantes, para que pruebe un poco de su cicuta que asesinaba al amor en su existencia.

Ella, el ángel, se fue desvaneciendo a medida que pasaban los días. Respondía a los wassapp tardíamente y en monosílabos. Hacía a la perfección como que aquella noche y mañana, nunca jamás habían existido. Pensaba él entonces en la cicuta para exterminar al amor, del cual tanto le habían reclamado sus amantes y aquella daga lanzada con la furibunda fuerza que sólo carga el desamor. “No podes amar”. Sólo y vencido aún, cavilaba hasta cuándo tenía que seguir pagando esas deudas de amor. Empezaba a convencerse que se trataba de una especie de maldición, hacía ese ejercicio mental y de conciencia como mero placebo.
Entonces terminó en análisis donde seguramente el ángel sería el disparador del inicio en el buceo de su inconciente. Igual. La seguía amando y queriendo como la primera vez que la vio. Allá, en el pasado, en la otra orilla de los años.

“Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”

Joaquín Sabina

domingo, 4 de septiembre de 2016

Hay gatos en los lugares menos pensados

En Corrientes, la aldea, suceden cosas similares a las que ocurren en las grandes urbes y por las que aquí los aldeanos se espantan. Sin embargo cuando idénticas faltas a las normas, las buenas costumbres y hasta delitos de magnitud se desarrollan en la tierra de la feligresía chamamecera, los aldeanos optan por seguir espantándose por lo ocurrido en las urbes. Un perfecto estupefaciente cercano al cinismo y pariente casi sanguíneo de la hipocresía. La doble vara con la que medimos nuestras conductas.
 
Hace más de diez meses se descubrió en pleno microcentro una cueva financiera lindante a la sucursal del Banco Nación. Allí, iban los aldeanos de clase media hacia arriba llegando hasta los nuevos ricos de la última década y media. Gente que se benefició con dinero de la obra pública local, sería del colombismo como para hacer una analogía al kirchnerismo. Hasta el donante de un inmueble valuado en millones pero tasado por muchos menos, Marcelo Laslo, tenía sus monedas en ese lugar. Este hombre de gran corazón compró una hermosa casa y pocos minutos después se la regaló al actual Gobernador Ricardo Colombi. Ocurrió hace unos años atrás y Colombi que se caracteriza por ser Gobernador, aún no lo era, ocupaba una banca nacional, en la jerga politequera a eso se lo define como “beca”. Pero esas cosas son otra historia.

Dicen los investigadores que de dicha cueva se llevaron mucho dinero “físico” como lo definió un joven argentino hace unos años al dinero que no figura en cuentas o transacciones. Sino a la plata contante y sonante. Las pesquisas incluso tienen fotos de las bolsas identificadas con cada uno de sus dueños. Es decir, el “físico” que estaba guardado en el banco trucho, lindante al banco de verdad, fue retirado por los efectivos que allanaron el lugar allá por noviembre del año pasado. En los polietilenos de consorcio están escritos los nombres de legisladores provinciales, nacionales, seudos empresarios, algún que otro periodista, más gente en ascenso gracias a la obra pública local y hasta desconocidos que guardaban dinero de empresas periodísticas bajo su nombre. Es decir, alquilaban su identidad para resguardar el “físico” que los cuidadores de la cueva nunca preguntaban de dónde provenía. Los intereses cobrados por mantener a resguardo de los impuestos de la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip), cobraban bien ese silencio. Parlanchines de radios y escribas de tabloides, en su mayoría, prefirieron no profundizar en estas nimiedades. Algunos al parecer ni siquiera se enteraron del episodio.

Vaya odisea. Un banco falso compartiendo medianera con un banco de verdad. Una verdadera metáfora.
La cucha de un gato en una de las galerías de la Gobernación qué clase de analogía será en el lugar donde habita el máximo poder de la aldea. Los felinos suelen ser ladinos, infieles y trotamundos. También se caracterizan por seducir a quienes les tienen rechazo. Qué otros espacios de la Casa de Gobierno local son ocupados por animales. ¿Otra analogía? Y el chiste fácil puede llevar a decir que en dicha sede estatal los gatos van y vienen, muchos tras expedientes para ser firmaros. Expedientes de obra pública, licitaciones, llamados a concurso de precios. Expedientes de publicidad oficial. La broma sin sutileza y el imaginario social podría llevar a esa playa interpretación.

Como en el cuentito de los bancos medianera de por medio. Hay cosas en los lugares menos pensados. 

domingo, 5 de junio de 2016

Yo quiero a mi bandera, al revés, al revés

Algo extraño está pasando en la comarca y sus habitantes no perciben una extraña señal enclavada en un lugar estratégico. Intersección de las avenidas Juan Pablo II, costanera sur y avenida Jorge Manuel Romero. Una bandera de la provincia de Corrientes, la aldea, flamea ondeante ayudada por el gran viento otoñal donde el Paraná intenta hacer un codo, al revés. Sí, al revés. Hay que poner la cabeza hacia abajo y mirar en sentido contrario para poder leer la leyenda: Patria Libertad Constitución. A su lado altiva está la bandera nacional y completa el trío de pabellones la insignia de la ciudad que si uno es malo, podría entender que es un homenaje al huevo frito. En su centro aparece una circunferencia amarilla que intenta parecerse a un sol, enfrente hay siete puntas que parecieran ser extremidades de tenedores a punto de pinchar la comida.

Es domingo y todo el bulevar costero, máxima expresión de la correntinidad y su relación con el río, está repleto de familias, amigos, parejas y transeúntes que intentan hacer ejercicios físicos en medio del gentío. La tarde es radiante. Sol pleno y viento frío en la ribera anticipa que la noche será bastante fresca.

La bandera al revés. ¿Qué habrá pasado? Fabián Ríos habrá declarado la guerra total a las huestes de Ricardo Colombi. Ricardo y Fabián, como los nombra con confianza asumida un tabloide que factura por ambas ventanillas oficiales: provincia y municipio capitalino. ¿A caso Fabián capituló ante Ricardo? O ¿Fabián ganó una batalla que desconocemos el resto de los aldeanos? Estaremos quizás ante el inicio de un nuevo tiempo sin Ricardo, el más gauchito de los gauchitos. Habrá iniciado el tiempo en que Ricardo deje de ser el tuerto en el país de los ciegos. El bruto en el país de los analfabetos.
Será la indicación para algún grupo de otra provincia que venga a explicarnos seriamente que no somos una República, sino que pertenecemos a un país que se llama Argentina. Un país dislocado, salvaje, contradictorio, pero país al fin.
Los miles de correntinos y correntinas pasan por debajo de los tres pabellones. Nadie advierta la extra señal. Será el inicio del cumplimiento de la vieja profecía: “Si la Argentina entra en guerra Corrientes la va ayudar”. La bandera al revés será un indicador de que Mario Bofill es un excelente legislador provincial y que aún no nos dimos cuenta. Que dejará de tocar canciones de hace 30 años y redactará leyes que nos saquen del letargo colonial en el que estamos. Quizás también indique la bandera al revés que el “artista” tocará alguna vez gratis.
Tanto soliloquio para terminar en que algún agente comunal apurado para ir a su casa izó erróneamente la insignia de la provincia. ¿Qué dirían nuestros próceres desde lo más profundo de sus tumbas? Qué dirá Ricardo, comparado últimamente con alguno de ellos.

Wikipedia que suele ser inexacta arrima algunas explicaciones:


La bandera al revés. Existen divergencias sobre el significado de izar la bandera al revés:

La primera indica que es una forma de declarar rendición ante fuerza armada extranjera. De hecho, si una fuerza armada toma una plaza y por cualquier razón no tiene un pabellón propio, puede izar la bandera enemiga de la plaza tomada al revés, para indicar a sus fuerzas aliadas que la posición está rendida o tomada, que ya no es hostil.

La segunda versión es una variación de la primera e indica que poner la bandera al revés e izarla en un punto representativo, es decir, mástil de un barco o en el asta de un edificio, significa solicitud de auxilio por amotinamiento, secuestro o actualmente terrorismo. Es un recurso antiguo para avisar a tropas amigas que venían cuando un fuerte estaba tomado para que no sufrieran una emboscada.

En tiempos de paz, una exhibición del pabellón al revés de parte de individuos u organizaciones civiles puede ser considerada un insulto cívico sancionable en determinados países. Lo mismo con la quema de la bandera local en manifestaciones callejeras.



Yo quiero a mi bandera, yo quiero a mi bandera.

Planchadita, planchadita. (Luca Prodan. Sumo)

viernes, 3 de junio de 2016

Un sueño resistenciano

Víspera de 1º de Mayo. Sábado previo, sin actividad por el día del trabajador los diarios no salen a la calle. Hay que dedicar la jornada al sagrado asado, vino, familia. Todo 24 horas  antes, la vida a contramano como siempre lo es para quienes escriben por encargo.
Fue todo vertiginoso, rápido, fugaz. Lo primero que recuerdo es el aquelarre en la zona céntrica. Entre la catedral y la plaza 25 de Mayo. Gente, muchas personas caminando a una velocidad inverosímil, tanto que era como un choque constante de los transeúntes. Unos contra otros. En su mayoría muy abrigados y sus rostros eran imperceptibles. Pero en la atmósfera de la somnolencia sobresalía que la imagen pertenecía a una hora pico de la ciudad. Quizás, alguna jornada de cobro de haberes a esa masa conocida como empleo público. El único motor de las economías provincianas. Es retroalimentar financieramente la plaza local desde el Estado.

Avanzaba en medio de esa marea humana buscando no sé bien qué. De momentos quería imitar a la muchedumbre pero era imposible. Terminaba chocado y empujado hacia cualquier lado. La sensación era que los empujones me iban dejando en las márgenes de las atiborradas veredas. A distancia prudencial, ni cerca, ni lejos, veía los techos sobresalientes de la vieja terminal de Resistencia. Conciente e inconsciente peleaban por saber si era una imagen real o una postal de ensueño. Por qué los sueños son tan reales mientras duran. Hay bibliotecas enteras que lo fundamentan entre lo orgánico del cerebro y lo metafísico.

Entre ese aquelarre ella iba con un niño de poco meses de vida, lo llevaba entre sus brazos. Se me aparecía intermitentemente en medio del gentío. Inútilmente traté de recordar su vestimenta. El pequeño, no sé por qué intuyo que era varón, estaba tapado con una manta que no dejaba ver su rostro. Ella, sobresalía entre la multitud dejando una estela con su cabello oscurísimo, la sensación era que iba mucho más rápido que el resto. Eso también la diferenciaba de los demás. Intenté seguirla pero de a ratos se me perdía de vista.

Abrí los ojos, era sábado, de mañana y difusamente recordaba el último instante del sueño: junto a ella estábamos en el vagón de un subte, ya no se si cargaba al niño. Sus labios empezaban a besarme y allí me desperté. “En Resistencia no hay subtes…”, fue lo más lógico que empecé a recordar.

(Resistencia. Capital de la provincia del Chaco)

jueves, 12 de mayo de 2016

Carroñeros

“Después no la soltó más”, remató su relato uno de los
competidores de aquella furtiva velada de choripanes, cervezas tibias y más tarde calientes. De vinos rancios a la hora en que la luna parece estar al alcance de la mano.
Entre risas y quizás un poco de lamentación, el declarante en cuestión describió sus intentos de acercarse a la joven. Miradas cruzadas, gestos, y cortados intercambios de palabras: “Qué onda”… “Qué haces” y más miradas y más miradas. Pero no pasaba de esa frontera que en la sobremesa ya parecía infranqueable.

Todo quedó en ruinas, las intenciones del caballero de esta paupérrima historia, cuando marcó los límites con su aparición el “patrón” de la dama que estaba siendo cortejada . Es decir, el joven sobre quien la chica tenía verdaderas intenciones. Una vez en el lugar ella no dejó de hablarle siempre con algún vaso o envase entre las manos. Asomaba el frío rocío de la velada y los comensales del ágape emprendían la retirada. La pareja se arremolinó en un costado del salón a distancia prudencial de la mesa que estaba en la mira de unos gatos hambrientos, los felinos urbanos habían tomado posición para tener una mejor observación, desde la muralla vecina del lugar.

Fue entonces cuando el susodicho “patrón”, “no la soltó más”. Ambos, se perdieron por el gris del asfalto bajo el tenue brillo de las luces de neón. Con rumbo desconocido pero imaginable. Pensé entonces en los protagonistas de esta historia y no se me ocurrió otra cosa machista como el de carroñeros.

Semanas después. Se supo que la joven tenía pareja estable.

Hay mujeres que sueñan con trenes llenos de soldados, 
hay mujeres que dicen que si cuando dicen que no. 
Joaquín Sabina.

viernes, 29 de enero de 2016

Sin luz no se pueden hacer muchas cosas, como un diario por ejemplo

Quiero saber lo que hicimos el día que apagaron la luz. Charly García.



En crisis entran los heladeros por los cortes de energía. El carnicero que cada vez pide menos mercadería. Verduleros y fruteros rezan desesperados con los ojos clavados en el cielo para que los santos dejen caer algunas gotas y germine la siembra. Amaine así esta maldición que no desciende de los 40 grados.

Sin luz, los hoteles, familiares y transitorios son un infierno.

En la aldea se queman los pastos. Crecen las lagunas, se evaporan los tajamares. Sin luz la gente anda más cabizbaja que lo normal. Más malhumorada que de costumbre.

Sin luz las musas tampoco aparecen por las noches. Ni si quiera una brisa mentirosa las hace salir de sus frescos escondites.

Sin luz el mundo se detiene y en la aldea las radios quedan mudas y algunos diarios casi dejan de salir a la calle. A pesar de que venden al mejor postor su maquillaje de realidad se patinan esa guitarra en lujos vulgares. Insaciables, siempre buscando donde dar el mejor mordisco pero se vuelven tan vulnerables. Tan frágiles sin luz que pareciera ser ése el único antídoto para su angurria.


La moraleja sería que sin luz y sin un grupo electrógeno, al menos en la aldea no se puede vivir. Ni imprimir en forma completa siquiera, un viejo tabloide.  

miércoles, 20 de enero de 2016

No hay dónde escuchar Chamamé

Norma y Alberto habían programado sus vacaciones de invierno como una aventura al nordeste. Conocer las cataratas de Iguazú para el varón de la pareja era un sueño pendiente desde que militaba en la Juventud Radical, cuando la revolución aún no se convertía en cenizas.
Ella me llamó una tarde y me dijo que andarían por Corrientes y me reveló la necesidad que tenía su marido de conocer Corrientes, su acervo cultural. Relató después que sólo estarían una noche en la ciudad y que luego seguirían camino a una de las maravillas del mundo. Escuché con atención e imaginé, a medida que me anunciaba su paso por Corrientes, mi tarea de guía turístico nativo.


Era julio y ese martes como casi todos los días de la semana lidiaba en el diario tratando de hacer algo relativamente digno que se parezca a una noticia o información que le pueda llegar a servir de algo al verdulero o la vecina que baldea la vereda por las mañana. “Ya estamos javi…a qué hora salís”, me preguntó Norma en un mensaje de texto. El reloj de la computadora marcaba unos minutos después de las 15. Le respondí que trataría de liberarme lo más rápido posible para ir a cenar con ambos y mostrarles la ciudad, sobre todo a Alberto que por el tono del saludo de Norma, estaba ansioso.

Sin conseguir una noticia que valga la pena y sin lograr que lo escrito le vaya a servir para algo al verdulero o la señora que lava la vereda, abandoné el diario a eso de las 21:30 y diez minutos después estuve en casa. Hacía frío, unos doce grados pero el cielo estaba despejado y las estrellas parecían estar bastante cerca de la tierra y sólo un poco más lejos de alcanzarlas con las manos.

Norma y Alberto aparecieron en su auto a las 22:15, el contador era un porteño extrañamente amable y con un ego bastante controlado. Su ansiedad seguía intacta desde su arribo a la ciudad por la siesta, quería comer una buena parrillada con chamamé de fondo. Norma, me pasaba unos CD de dicho género musical que estaban en el límite de las butacas de adelante, donde va la palanca de cambio. Mientras mostraba interés en los discos cavilaba: “Parrillada y chamamé, un martes, con este frío…” Pero el pensamiento no era por esa mixtura del gusto gastronómico ni musical, era por el día de la semana y por conocer la idiosincrasia nativa que no es muy proclive a tener abierto locales con esas características un martes de Julio por la noche con doce grados de temperatura.
Tenía todas mis fichas puestas a la zona de costanera General San Martín pero cuando empiezo a indicarles para encarar hacia la ribera caigo en el intento. “Pasamos por ahí pero estaba todo cerrado…” Miro la hora y eran las once menos veinte, entonces les digo para ir hacia el sentido contrario de la ciudad, hacia el otro acceso por la rotonda de la Virgen y hacia allí fuimos usando como corredor las avenidas Armenia y luego Libertad, rodeamos el predio de la universidad (Unne) sobre el tramo de la Ruta Nacional 12 y mientras se empezaba a dibujar la silueta de la patrona provincial registraba con mis ojos que los pocos lugares abiertos no pasaban de hamburgueserías y pizzerías. 

Hicimos dos vueltas por toda esa zona y entonces se me encendió la lámpara mental. “Costanera Sur”, ordené y entramos de nuevo a la ciudad por el boulevard 3 de Abril. Era casi mi última esperanza y a pesar de que imaginaba que en el restorán a orillas del Paraná en playa Arazaty nos arrancarían al menos una extremidad a cada uno al momento de darnos la cuenta, seguía faltando algo que carcomía las ansias de Alberto. Ver a un conjunto chamamecero en vivo y en directo. Como en esas peñas del conurbano bonaerense donde suelen ir con Norma los fines de semana. Sino verlos en la tierra madre del Chamamé y así poder ufanarse de esa anécdota en el estudio contable.

La costanera Sur estaba desierta. Ni siquiera alguna pareja trasnochada se veía. Los doce grados habían decretado que todos se quedaran en casa. Bajamos del auto y el restorán también estaba cerrado, ni siquiera el sereno estaba a la vista. De nuevo ojeo el reloj y faltaban quince minutos para la medianoche. Mi derrota era total como guía nativo. No había podido encontrar un fucking lugar con chamamé y un par de costillas de asado. “Y si vamos a Resistencia”, lanzó Norma mientras se ajustaba las solapas del buzo que llevaba puesto. Alberto otea el Paraná como si esa acción haría emerger de las entrañas del río, conjunto alguno chamamecero.

Cruzamos el puente interprovincial Manuel Belgrano casi en silencio. La radio divagaba en clásicos lentos y yo me perdía en las noches de enero cuando en la aldea, en Corrientes, no se habla de otra cosa que de chamamé. “Como puede ser…qué le digo a este tipo, cómo le explicó”, me repetía hasta que el propio Alberto me saca del soliloquio. “Acá tiene que haber algún lugar, todavía no es tan tarde”, se esperanzó con el optimismo pleno de los turistas que no tienen apuro y se entregan de manera total al ocio. Yo seguía pensando en la verborragia de los medios de comunicación durante esos días y noches de enero donde todo pasa por el chamamé, como una especie de alucinógeno nativo. En la andanada de clichés y lugares comunes utilizados por quienes hacen la cobertura o algo que se le parece, de dicho evento, tan reiterativo todos los años que sólo podrían cambiar la fecha de la publicación porque el resto es lo mismo de todas las ediciones.

Alberto carga de nuevo: “Vos sabes que ya van dos años que queremos venir a la fiesta del chamamé pero me abrochan las vacaciones. Es verdad eso que hace mucho calor…”. Le digo que sí y que la elevada temperatura trae el plus de cortes de energía, pero que tiene playas en la ciudad y algunos balnearios en lugares cercanos a Corrientes. Trato de vender cara mi derrota de guía turístico vencido y me doy cuenta que estamos en la avenida Sarmiento, ingreso a la ciudad de Resistencia (Chaco)

Recordé entonces una parrilla por esa zona, justo cuando llegas al primer semáforo. Y efectivamente estaba ahí, a mano izquierda siempre en dirección hacia la ciudad. Se veía humo y varios autos estacionados que indicaban la presencia de parroquianos. Alberto hizo el giro y efectivamente. Estaba totalmente abierta, bajamos y había unas quince personas distribuidas en sendas mesas, entre familias y una pareja que cada uno miraba para un lado diferente.
Nos sentamos, miro de nuevo la hora y eran las 12:35 de la noche. Tras hacer el pedido voy en busca del baño y en el patio de la parrilla, a un costado, observo a cuatro hombres vestidos de paisanos, tres de ellos templaban guitarras criollas. Sonrío, ingresó al tocador, al salir creo que la noche no está perdida.

“Me parece que algo vas a escuchar mientras comemos y tomamos este Malbec”, le digo a Alberto y le doy al coleto al vino. Los muchachotes ataviados de paisanos al rato ingresan al comedor y empiezan a darle a las guitarras y el lugar se transforma en una peña improvisada. Zamba y chacareras pueblan el repertorio de los músicos. Sé que Alberto se muere de ganas de un chamamé pero el asado, el cansancio de haber llegado ese día de viaje y las vueltas que dimos por Corrientes, lo empiezan a anestesiar. Otro tango hace el Malbec.

Dos días después un mensaje de Norma llega a mi celular. “Estamos en Colonia Wanda (localidad ubicada a pocos kilómetros de Iguazú). Nos quedamos una noche porque queremos conocer las cuevas de piedra. En el hotel hay unos chamameceros para la cena”.
Aturdido vuelvo a pensar. Qué gran mentira somos en la aldea. 


El episodio ocurrió en una fría noche de Julio de 2014