lunes, 14 de septiembre de 2009

Vigila



No había nada peor que la espera, la noche anterior antes de que se desate el infierno tras el amanecer, cuando daban la orden de cargar sobre las columnas enemigas.

La noche en que se velaban las armas la muerte estaba mucho más presente que en la propia pradera donde los hombres se asesinarían, se paseaba así la señora parca entre cada uno de los caballeros, los cruzados la miraban entre los arbustos obscuros de la velada de vigilia mientras comían, dormían y aceitaban arcos.

Erraban de esa forma con la mirada por las estrellas que se dejaban ver en algún que otro agujero por entre las copas de los gigantescos árboles.

Imaginan situaciones en la pradera, tras disiparse la bruma: cómo esquivar una estocada mortal, lanzar un florete certero al oponente, evitar un sablazo que extirpa un brazo o pierna.

La atravesada de una lanza para no eviscerar en pleno campo.
“AVE CÉSAR, LOS QUE MORIRÁN TE SALUDAN”, luego persignarse y los infantes caminar haciendo a un lado de las flechas que caen con las fuerzas del demonio.

La caballería agazapada en algunos de los flancos lista para escuchar: CARGUEN!!!
Sin embargo y a pesar de que hay que guardar concentración en esas imágenes que los guerreros cavilan bajo los árboles en una fría noche de invierno, al amparo de los fuegos de campaña, nadie duerme en la velada en que las armas se velan.

Ninguno se percata o al menos así lo quiere creer que puede ser la última noche y en muchos casos, sin última cena.

Solamente ese pensamiento de guerra y muerte es el que sobre sale, el hedor que dejarán los heridos tras la retirada de alguno de los dos ejércitos, aullidos de dolor y de muerte en esa pradera teñida de rojo intenso.
Tratar de acercar la imaginación al frío del acero atravesando la carne, que todo fluya rápido, que nadie desangre por horas.

La noche es eterna y por eso juega con la imaginación de los hombres. Porque nadie quiere ser un muerto antes de serlo.
Nadie quiere probar el acero para saber que no es inmortal.