domingo, 14 de febrero de 2010

“Enlatado” viaje en el trensito de las sierras cordobesas


A penas dos vagones y una moderna locomotora a diesel es la reencarnación de lo que fue el extinto Ferrocarril Belgrano en la provincia de Córdoba. Ahora bautizado como “Tren de las Sierras” une parte de la capital mediterránea con Cosquín, dos horas de viaje con muchas vicisitudes donde se entreveran turistas nacionales, extranjeros y familias nativas que viajan al interior para descansar y hacer playa a orillas de algún arroyo serrano.

Un lánguido y cansino perro callejero tuvo un rapto suicida. Cuando la locomotora estaba a metros de la Estación Arguello, se lanzó a las vías, no hubo bocina para que apure el tranco pero la providencia estuvo de su lado y alcanzó a cruzar vías y durmientes. La formación ferroviaria siguió como si nada acariciándole algunos pelos al animal.

La Estación Arguello está en un coqueto sector de la capital de Córdoba, grandes casas, autos lujosos, selectos clubes, escuelas y universidades privadas. Es la segunda parada en importancia del Tren de las Sierras, reencarnación del extinto Ferrocarril Belgrano.

En los andenes aguardaban jóvenes y familias enteras que iban a pasar un domingo de playa a la vera de los arroyos serranos, también al tren los esperaban turistas nacionales y extranjeros habidos por conocer las montañas desde sus entrañas.

De hecho, la misión prioritaria del ferrocarril es esa, enseñar a los foráneos cómo es andar sobre el tren en las sierras mediterráneas. Fue puesto en marcha a inicios de 2008 con tarifas extremadamente caras, destinadas al visitante que venía del exterior a las tierras de la peperina, eso generó a los pocos meses que se abarataran costos y bajaran estrepitosamente los precios para un acceso masivo al boleto ferroviario.

Con una estación totalmente remozada arranca en el viejo y legendario barrio Alta Córdoba, las estaciones fueron reformadas y en la mayoría de los casos conservan sus antiguas construcciones seudo coloniales, de principios del siglo pasado.

En Arguello, el guarda descendió sin tener la menor idea de que casi termina bajo el tren un escuálido perro vagabundo. “Los vagones están llenos y el aire acondicionado no anda, pero pueden viajar igual si quieren”, dijo en tono afable mientras sacaba de un bolsillo trasero una especie de anotador con los boletos para cortar.

Dormidos y sudados, munidos con ropaje para chapucear en la playa, bolsos con ropa para suplantar a la mojada, comida y muchos niños inquietos, fastidiados, era el panorama dentro de uno de los dos vagones.

Esos pasajeros madrugaron para llegar a tiempo a la estación central, de donde parte la formación y el domingo con garúa que no mojaba en la capital cordobesa, les prometía ser largo como el viaje a bordo del Tren de las Sierras.

Mucho más para los que debían ir parados por no llegar a tiempo en la estación de Alta Córdoba y por la apetencia de la empresa de seguir vendiendo boletos a pesar de las prohibiciones, por cuestiones de seguridad, de llevar gente de pie en los pasillos de los vagones.

Con bocinazos intermitentes el maquinista sortea bocacalles cuando empieza su marcha hacia las montañas, casi la mitad del recorrido es por zonas urbanas muy transitadas, ya en la sierra el Río Calera parece un víbora que recta sin ganas.

Muy delgado en su curso y apacigüe, pasa casi inadvertido si no fuera por los acampantes en sus orillas que tienen esa extraña costumbre de saludar al tren cuando pasa. Siempre es así, la gente levanta la mano a ese animal que se mueve despacio pero con aspecto voraz, en el caso de una colisión.

Ya en la altura el paisaje es lo que uno se imagina, muy agradable con una vegetación espesa que toca la formación a su paso y muchas piedras, piedras por todos lados. Algunas tan abruptamente sobre las vías que denuncian haber caído durante tormentas con diagnóstico de derrumbe.

En paralelo a las vías, y con varios metros arriba del río Calera, está la ruta homónima que conduce al Valle de Punilla, hacia el mismo lugar donde se interna el Tren de las Sierras. De tanto terreno rocoso en plena montaña una cantera se levanta como un extraño animal de una mala película de la era del paleozoico, grúas de color amarillo y varios montículos de piedritas canto rodado se dejan ver a lo lejos.

Es domingo y en las orillas de las vías los habitantes montañeses matean, una abuela tira sobre una diminuta parrilla unas masas que se convertirán en torta parrilla, la imagen para el nublado plomizo de la mañana es inmensamente tierna y adorable.

Pero el calor y los ánimos dentro los vagones están como la temperatura y la sensación térmica, suben sin parar. El pasaje está enojado porque en cada parada siguen subiendo viajeros: “Dejá de subir gente que ya no entramos más, vamos, vamos que si no llegamos a las tres de la tarde”, disparó hacia el guarda con bronca un cincuentón desde el fondo del segundo vagón.

Pidió acompañamiento cuando aplaudió tras su queja que busco ser colectiva, sin consenso se calló y dejó de aplaudir a los dos minutos.

Al promediar el viaje una oscuridad se adueña de todo, negro profundo se transforma en blanco al encenderse las luces del vagón. Es uno de los tres túneles que hay que atravesar, eso sí es estar dentro de las entrañas de la montaña. Los túneles fueron hechos hace cien años atrás, abiertos dentro de las sierras con explosiones, pico y pala y seguramente más de un obrero fallecido en esos infrahumanos trabajos.

Al hacerse nuevamente la luz solar, la cabeza de un nene de meses cuelga del regazo de su padre que vigila de cerca a sus otros tres niños, a dos estaciones antes de llegar a Cosquín, la esposa lo invita con “galletas” saladas, los niños también engullen el primer bocado desde que se levantaron en la madrugada de este domingo.

En Cosquín el sol raja la tierra y al bajar del andén parece una tierra prometida, todos ríen y hablan a los gritos. En uno de los letreros dice quien es el concesionario del servicio ferroviario, Tristán Narvaja, coincide el nombre con el seudonimo del capo cómico desaparecido hace algún tiempo.

Pienso en las condiciones en que se viaja y parece un chiste de mal gusto, ante tanto bello paisaje el maltrato hacia la gente no tiene fin, el regreso a Córdoba capital pero ya por la noche y en colectivo, fue tan caótico como el que acaba a orillas de la vía ferroviaria.

Muchos problemas para viajar en el interior cordobés


En plena temporada estival el servicio de transporte de media distancia en la provincia de Córdoba, viola todo tipo de disposiciones establecidas por la Comisión Nacional de Transporte (CNT). Un micro que une habitualmente Cosquín con Córdoba (Cptal), llevó su pasaje parado con la puerta en mal estado del ómnibus que gran parte del trayecto lo hace en caminos de cornisa, atravesando las sierras mediterráneas.

Este pasado domingo los cordobeses aprovecharon las altas temperaturas para hacerse una escapada a diferentes puntos del interior de la provincia mediterránea.

Para tal misión, familias enteras desde la temprana mañana que presentaba una tenue llovizna sobre la capital cordobesa, se dispusieron a viajar sobre el Valle de Punilla, entre otros destinos, Cosquín y su río homónimo fueron de los favoritos.

A pesar de la afluencia turística que es conocida en esta fecha del año, las empresas de transporte de pasajeros de media distancia, por lo general suelen colapsar en su cantidad de unidades y frecuencia en salidas de las diversas terminales.

El caso de la empresa La Calera y su interno 730 es emblemático para la cuestión. El micro partió a las 20.10 del domingo desde una plataforma de la estación Terminal coscoína, con destino “directo” a la capital mediterránea.

El viaje que se desarrolla por la Ruta 36 en el Valle de Punilla, luego desanda por el denominado camino de “La Calera”, entre las sierras; prometía solamente una hora de viaje.

Pero tal promesa se derrumbó a los pocos minutos de salir de la Terminal de la “capital nacional del folklore”, el micro empezó a subir pasajeros hasta abarrotar de gente el pasillo de la unidad.
El final de un día largo y agotador, extremadamente caluroso, más las infrahumanas condiciones en las que se presentaba el viaje, crispo los ánimos entre la gente.

El recorrido tardó mucho más de los 60 minutos prometidos para llegar a la estación Terminal capitalina y agregó un poco más de dramatismo al viaje, la puerta de ascenso y descenso de pasajeros, no cerraba correctamente.

El desperfecto quedó al descubierto a la altura de la localidad de San Roque en una de las tantas paradas que realizó el coche para bajar y subir pasaje. “No cierra bien la puerta”, se percató una anciana al bajar del ómnibus y lo informó desde la oscura banquina una vez en tierra firme.

A pesar de los esfuerzos del chofer la entrada a la unidad no calzaba correctamente y atinó entonces a pedirles a dos jóvenes que apretujados usaban de respaldo la puerta, a pararse y no apoyarse sobre la misma.

Así siguió el derrotero del vehículo hasta arribar, con una hora de retraso, a la Terminal de la capital mediterránea.

Cada uno de los pasajeros que descendían del micro, tras tomar aire y reponerse del caótico viaje, atinaban a conformarse de haber llegado sanos y salvo a destino. “Esto es siempre lo mismo”, decían mientras se secaban transpiración y desplegaban huesos después de los malabares hechos sobre el interno 730 de la firma La Calera.

Lágrimas y andenes


Los dos hombres parecían uno solo. Abrazados, apretados, confundidos el uno con el otro, grandes pero tan frágiles en esa imagen que se dejaba ver desde la altura del bus.

El más mayor de ambos con su barriga prominente y con la nariz casi en forma de pico de sifón era el más compungido, el otro, el segundo parecía como el hijo o algún tipo de familiar directo.
Tenía el cabello adornado con mechones que intentaban ser rubios o platinados, pero quedaban solamente en eso, en un burdo intento.

Vaya a saber uno porque el más grande, el mayor expedía lágrimas y era absolutamente el más dolido de los dos en esa despedida.

A su alrededor la Terminal, esa eterna tierra de nadie, esa frontera interminable donde ningún humano es de donde viene. Donde no hay nacionalidades ni mucho menos sentido de pertenencia, seguía como si nada.

Mientras, los dos masculinos se asfixiaban en un abrazo que los hacía estatua por varios minutos y cuando el mayor, sin poder esconder las lágrimas detrás de las gafas de sol, le decía algo al oído de su abrazado.

Solamente centímetros los separaban del micro y aunque los 45 grados de enero en sus postrimerías, los tenía a los dos al borde del andén, la imagen no era registrada por ningún transeúnte pasajero.

El joven subido al transporte en una butaca del primer piso, corrió la cortina y lo apuntaba inexpugnablemente a su abrasador desde adentro del bus.

Del otro lado, a la otra orilla del andén, el mayor secaba lágrimas y sudor, todo en un solo movimiento, ayudado por un diminuto pañuelo blanco.

Apoyado sobre la columna parecía como sostener el pilar con la lógica de un centinela. El micro empezó a marchar hacia atrás buscando la salida de la Terminal.

El abrasador levantó la mano derecha y sólo atinó a saludar en un movimiento seco.
Pasan los años y las tecnologías se hacen cada vez más aguerridas y domésticas pero las terminales no pierden esa magia de conservar sus eternas despidas, entre andenes y lágrimas.

Eso es lo que pienso cuando termino de ver la instantánea de estos dos tipos desde el segundo piso del micro.