viernes, 18 de mayo de 2018

Como si fuera París

Como si fuera París pero es acá nomás donde los colectivos nunca llegan a tiempo y los puentes colapsan. Como la gente, siempre al borde de precipio.

Cae la lluvia sobre París pero es acá donde cae y hay humedad. A París quisiera llevarte algún día y ser dos solos en esa ciudad.

Como si fuera París la jornada inicia casi sin las ganas de siempre. Como si fuéramos libres del todo hasta en nuestra imaginación.

Como si fuera un sueño en París te veo llegar y quedarte en ese marco de la puerta que lo tengo aquí enfrente. A unos dos metros y medio de mí.

Como si estuviéramos en París me siento absolutamente seguro de mí mismo por saber que estás conmigo. Y eso me hace inmortal. 

Al rato todo el soliloquio me parece tan absurdo como si realmente creyera que estoy con vos en París.

Resistencia 15 de Mayo de 2018. 13:37. Otoño

miércoles, 9 de mayo de 2018

Laberinto


No sé si alguna vez habrán reclamado por ellos. La pareja de reporteros que fueron enviados a ese recóndito lugar lleno de pobreza y mugre. Mugre de humanidad. Esos lugares donde incluso los agnósticos dicen: “Dios se olvidó de este país”.



Recordaban el último reporte de ambos relatando cómo se desplomaban dos aviones casi en simultáneo. Uno cayó pesado y explotó al tocar tierra. El segundo demoró un poco más su picada, lo hizo como en cámara lenta volcándose sobre una de sus alas. La otra estaba incendiada. Así la segunda nave se hizo añicos al estrellarse. Las circunstancias del episodio estarían relacionadas a cualquiera de las guerras étnicas que estrujaban la zona donde se hallaban los cronistas. El potencial figuraba en el reporte de los hechos.

Ambos periodistas recorrían aldeas repletas de hambrunas y enfermedades. Caminaban por callejuelas muñidos con sus pertrechos: computadoras, cámaras fotográficas de última generación, teléfonos satelitales, grabadores, anotadores y libros. Había amor cuando iban tomados de la mano. Flotaba cariño en la coincidencia de miradas y romanticismo por compartir ese oficio de intentar modificar la realidad, absurdamente contándola. Pero aquel lugar era surrealista. Casi como si no existiese. A nadie le interesaba ese accidente geográfico en el mapa. Algunas informaciones incluso consignaban la existencia de canibalismo.
Pensándolo bien y de existir Dios ni siquiera lo pensó al momento de la creación. Sólo surgió por vaya a saber qué circunstancia.

Pero algo pasó cuando no se supo más de ellos. Sólo que se habían internado en unas comarcas conexas por especies de laberintos de los cuales era imposible salir. Los nativos decían que había maldiciones para foráneos que se internaban en esas exóticas sendas.

Lo último que él recordó fue la desesperación de haberla perdido de vista. Estiraba a más no poder su brazo para tomarla y seguir caminando juntos. Pero nada. Nada de nada, ella ya no estaba y él cada vez se hundía más en ese laberinto del demonio. Los senderos no conducían a ninguna parte. Eran como pasadizos, muy estrechos, sin entrada ni salida. Sólo senderos. Hasta creyó estar montado en su motocicleta. La misma que usaba en casa, en la civilización. Realmente sentía angustia al no poder saber qué pasó con ella. Dónde la perdió de vista y cómo no la pudo sostener de la mano y seguir caminando juntos como siempre.

Esa fue la última imagen de aquel fantasmagórico laberinto que soñé en la temprana mañana de un sábado de Mayo. Desperté asustado sin saber la identidad de la mujer ni qué mierda me lleva a soñar estas cosas.

Resistencia 09 de Mayo 2018.

martes, 8 de mayo de 2018

Vejez prematura



Hay un complejo de viejo. Una vejez prematura. Algo que te acerca, tal cual lo relatas, a la imagen de tu padre. Un parecido. Una identificación con la cual estás en desacuerdo.
Peruzzi, el analista, describía las conclusiones de la sesión de aquel viernes de otoño por la tarde.


Gran parte de mi vida había transcurrido sin recuerdos. De hecho esa fue una de las búsquedas en el psicoanálisis lacaniano dirigido por Peruzzi. Sobre el diván, las imágenes que empecé a recordar de mi padre eran la de una persona abatida, cansada, como esperando los últimos momentos del ocaso de su existencia. Un dato relevante pero que pasaba inadvertido. Nunca lo había visto trabajar, desde el uso de mi poca razón y recuerdos de la infancia, siempre fue un jubilado. Esa imagen fue contundente para ese proceso de identificación con el cual según Perruzi, yo estaba en desacuerdo. Y a la vez manifestaba amor hacia mi padre. Ahora pasando los 40, inconscientemente, esa nostalgia y melancolía a mi padre se me hacía carne. Yo estaba viviendo el último tramo de existencia de mi viejo. Lo que realmente me ponía en una encrucijada porque toda mi vida, desde la adolescencia hasta bien entrada la adultez, siempre, pero siempre creí que estaría en la antípoda de mi padre. Al parecer había vivido equivocado con dicho presupuesto.  

En la actualidad yo representaba esa imagen de hombre cansado y abatido que ya había vivido la vida. La diferencia radicaba en algo sustancial. No tenía más de 60 años. Edad en que el corazón de mi padre dejó de funcionar.


Y entonces allí estaba. Con la angustia y ese inconfundible sabor a nada. Abulia que llevaba meses anclándome en el vacío existencial que producía no saber qué diantres me pasaba. Con el plus de empezar a descubrir un proceso de identificación hacia una persona sobre la cual pensé ser distinto.

Lo peor de la angustia es cuando no se sabe el motivo.

La abulia es la pérdida de incentivo, de deseo, de no encontrar el impulso, el motor que nos lleva a realizar cosas de manera cotidiana. Justamente cada vez tenía menos ganas de emprender tareas. Incluso el oficio mismo de periodista ahora me parecía más a un error. Quizás otro paradigma equivocado de mi vida. Pero esa es otra historia.

Todo parecía como una reiteración de cosas diarias. Una y otra vez. Y esa constante retrospectiva por las vivencias que había tenido en el pasado. Era la vejez prematura apuntada por Peruzzi.

Resistencia y Corrientes (Capital). 7 y 8 de Mayo de 2018.