sábado, 25 de noviembre de 2017

Hoy me acordé de vos

Hoy me acordé de vos. Iba una joven medianamente linda a mi lado en ese colectivo que se mece para revivir el sueño interrumpido al despertar.
Recordé todo lo que no fuimos. Ni seremos. Mi idilio con lo imposible. Esa rara forma de huir hacia adelante.

El recuerdo me llevó a otear nuevamente la ciudad desde ese piso siete. Aquella noche, madrugada y mañana en que me despedí abrigando esperanzas que nunca iban a nacer más allá de mí deseo.
Eso, el deseo petrificado que me devuelven los espejos.

Hoy me acordé de vos. Como siempre sin saber por qué. Qué me llevó a tu fantasma. Es que aún no le encuentro explicación a esta oscuridad y baldosas flojas.
Es tan lejano tu cabello. Tu cuerpo. La oscuridad de tu piel. Como bálsamo me quedó tu voz en algún audio.

Bajo del colectivo. La avenida tiene el ruido de siempre. Atravieso la plaza, barrenderos ponen esmero en su tarea. Creo que es porque los vigilan. Me siento igual. Mi porfía en recordarte es como si me observaras todo el tiempo.
Alguna vez pasará. Me repito.
Es viernes y la libertad parece cercana.


Resistencia (Chaco). Viernes. 08:20

Una fábula sabinesca

El punto de referencia fue un cartel de Coca Cola. El imperio está siempre presente. Alrededor del letrero que informaba próximas fechas en el Orfeo. Un verdadero drean team: Arjona, Maluma y un par más que contrastaban con lo hecho por Sabina en ese moderno microestadio de Córdoba. 


La garganta estaba seca. Un poco por los vinos de la sobremesa del mediodía y otro por ese encuentro que se olfateaba tendría la perfección de las cosas cuando no son planeadas. 
Es a caso esa extraña mixtura de encontrarse años después, justamente, al otro lado de los océanos del tiempo. Y entonces no sé si soñé o era suya la voz, la de siempre, la que me hablaba en medio de ese gentío. Bajo un cielo que despejó nubes y toda probabilidad de lluvia. Las gotas antes del show fueron una mera amenaza.
Así nos hablamos de mundanidades. Las conversaciones para ir triturando ese hielo tradicional que impone la distancia. Y así nos encolumnamos tras la marea de público que salía del predio. 


Su auto nos fue metiendo en el corazón de la ciudad capital del interior, bares con sus sillas y mesas y bebedores en las veredas. La Cañada parecía un escuálido dibujo de lo que alguna vez fue un río imponente.
Reía, reíamos y todo parecía que empezaba a tener el resultado exacto de una aventura nocturna sacada de algún manual sabinesco.

Frente a la feroz obra arquitectónica de la congregación de Los Capuchinos, estacionados en el Paseo del Buen Pastor, mi boca fue pasando de las palabras a los hechos. Con un beso fugaz pero certero le dije luego que no podía dejar de hacerlo. No hacía otra que pensar en ti desde que te vi en el playón del Orfeo. Lo imaginé incluso antes, cuando la divisé desde mi platea sector rojo, a su platea sector verde. Quizás fue el beso más largo. Logró navegar la inconmensurable distancia que imponen los mares de los años.
En ese momento clave, salidos de la nada se aproximaron dos guardias municipales de la Docta. Linternas en mano, uno alumbró el parabrisas y otro el lugar del acompañante. Ella trataba de mirar al mismo tiempo a los uniformados y a mí. Reía, en una mortal combinación de nerviosismo y temor por los municipales.

Hay besos que despiertan a un muerto. A mí éste me despertó con un rayo de sol atravesándome la cabeza. Son las 8 del domingo y debo escribir por un nuevo encargo de mi comendador de palabras. El nimbo de no saber si fue verdad o sueño lo que estaba pasando, duró milésimas de segundos. Sonrío con una mueca y entonces aún en la cama cavilo.

Aquella noche no llovió
Tampoco fuimos a bailar
Ni tembló un pájaro en tu pecho
Cuando mi boca fue pasando
De las palabras a los hechos
Aparecieron dos guardias municipales
de Córdoba. Y entonces me desperté.
Comprendí al fin entonces que no debía lamentarme por algo que nunca jamás sucedió.


Córdoba 05 de Noviembre. Domingo. 11:20

jueves, 9 de noviembre de 2017

Custodio del pasado

El monumento a la bandera en Rosario tiene la imagen de una nave. De un navío. Creo, a esta altura de los años no lo recuerdo bien, le marqué esa impresión a Mac. Subimos a esa especie de mirador a lo infinito que tiene la estructura. Una vista enrejada desde donde se puede otear el Paraná. El viento que sopla a esa altura es un plus para los visitantes.
Lo pensé en ese momento al ver la iconicidad del fuego sagrado encendido, esa llama que no se apaga nunca. Fue como verme. Algo extraño me atravesó a penas por un instante e imaginé que mis años siguientes serían así.
“Un custodio del pasado”. Esa flama simboliza eso. Además de mantener encendida la identidad de toda una Nación. Contiene la historia de un país, una patria como Argentina que no es poco. Tan binaria. Tan visceral. Yo, aquella vez presentí que sería un granadero impertérrito frente a la llama de una historia que nunca termina de convencerme. De ser mía.

 Lancé la metáfora a Peruzzi que ponía atención en la cabecera del diván. Hablábamos, una vez más, de los vínculos intrínsecos con mi familia. Mis padres, mis hermanos. La sensación de ser un extranjero subyacía en el análisis desde hacía tiempo.
La metáfora para Peruzzi fue contundente. Reveladora y quizás esperanzadora. Se refería a mi vida, a la imposibilidad de proyectar y el anclaje de esa situación al hogar. A la casa paterna y materna. La orfandad en la que había quedado con la muerte de mi madre y ahora, desde el inicio del análisis hace más de un año, plantearme qué hacer con el inmueble. Es decir. Qué hacer desde lo material y desde lo simbólico.
Quedármelo, como lo indica el mandato paterno o abrir el juego de venderlo y ahí recién empezar la vida. Mi vida. Mi historia. Historia a la que Peruzzi siempre remarca: “Es como que llegaste tarde”, además de decirme que soy como “un extranjero” en esa niñez de la cual no recuerdo nada de nada. Un foráneo en mi familia. Un paria.

“Está la subjetividad en esa metáfora. Custodio del pasado. Custodio de una monumento. Custodio de la historia. Pero vos sos un custodio como enojado”, y siguió con esa lejanía hacia mis hermanos. Una lejanía que empezó desde el inicio mismo de mi existencia. La distancia de los años de mis padres que eran confundidos con mis abuelos cuando iban a buscarme a la escuela primaria. La distancia con mis hermanos. Esa larga distancia sobre la que son implacables los años. El tiempo.

Como siempre ocurre al término de una sesión intensa. Quedé algo aturdido. Ya por despedirme de Peruzzi le cuento el momento exacto en que hice la analogía entre ese fuego sagrado y lo que intuía me depararían los años siguientes. Intenté un relato y el tropiezo aún fue más revelador: “Estaba con Mac. Habíamos llegado al monumento de la Madre…digo, al monumento de la bandera”.
Peruzzi hizo una mueca y dijo. “Bueno, el lapsus también habla mucho. Nos vemos la semana que viene”.

Corrientes Capital. Primavera calurosa y húmeda. 20:03

09/11/17