jueves, 22 de noviembre de 2018

Surrealista. Nadar bajo la lluvia

Hay algo más surrealista que nadar bajo la lluvia. Pregunta en una desganada tarde que luego se hará noche de primavera. El agudo sonido del agua. Los brazos entrando y saliendo de la superficie, braseadas que impulsan el cuerpo. Y de nuevo ese agudo. Todo transcurre en cámara lenta allí abajo. Veo el celeste profundo del fondo de la pileta y trato de controlar la respiración pero es casi inútil. No logro coordinar todo: brazadas, respiración, impulso. Aunque por momentos pareciera que sí. Que lo consigo.

Como últimamente la metáfora se me volvió analogía: comparo y mido todo lo que me pasa en el agua con la vida misma.
Mientras ocurre todo este aquelarre mental la lluvia incrementó su intensidad.
Veo ahora como las gotas caen suavemente en la superficie y hacen unas ondas perfectas. En algunos casos al estrellarse contra el agua, se forma otra gota tras esa colisión y se eleva por unos segundos para luego disolverse en este mar estancado de cloro, hojas y bichos flotando y hundidos.
El agua es tibia, abriga de la brisa y la lluvia fría de afuera. Las nubes están grises, algo negras en algunos tramos y movedizas. Creo, se me ocurre que en ese cuadro celestial el bien y el mal dirimen pleitos.
Vuelvo a meter la cabeza dentro del agua y el sonido agudo me narcotiza. Me calma, me abraza. Afuera de esta profundidad todo son dimes y diretes.
Martes  22:19 06 de Noviembre 2018.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Maquinita


Dylan canta: “Siento como si estuviera golpeando las puertas del cielo”.
Hablo con un compañero de la escasez de asado en un domingo. Afuera está radiante y el sol invita a esos fueguitos de argentinidad. Pero nada de eso al menos hoy sucederá, es tarde, casi las 14. El mate se puso tibio y debato seriamente en cortar o no el pasto. El sol está implacable como la crisis económica y social.



Miro la foto de la pequeña máquina de escribir. ¿Símbolo de lo que fui? Pensaba en ese romanticismo de la revolución. De cambiar el inexorable rumbo de las cosas. Algo que se explica solamente por la etimología: destino. Ya casi no recuerdo cuando pensaba y sobre todo creía en eso. En poder torcer el destino de las cosas desde una maquina de escribir.

Como si se tratara de un cambalache la maquinita posa en la vidriera de un negocio de venta de ropas. En el barrio, la descubrí este sábado por la noche y me colgué pensando en el simbolismo. En mi ahora caprichosa idea de ex periodista. Poner en discusión mi identidad. Toda la vida haciendo lo mismo, estar en ambos lados de ese mostrador del negocio comunicacional.

Hay angustia en el pensamiento sin embargo el sábado pasó rápido gracias a Netflix y algo de charla con amiga vía IG. Pero desperté y seguía la imagen de la maquinita en mi cabeza. Me dio ganas de comprarla ¿para recordarme quién soy? ¿Para saber el inicio de todo. Mis inicios?
No lo sé. Pondré otro disco de Bob en Spotify.
Corrientes 14:08 04 de Noviembre 2018