miércoles, 8 de junio de 2011

Uno nunca deja de ser lo que es

El hombre había pasado toda su vida en la milicia, tuvo a su mando muchas unidades y hasta llegó a combatir en la recuperación de un cuartel en la provincia de Buenos Aires a fines de los ‘80. Por esa acción donde fue herido y regó con sangre el suelo sagrado en que suele convertirse el ámbito castrense, fue condecorado.

Pero el susodicho que por cuestiones de formas no develaremos nombre, en realidad es un Dandy, un Dandy que puede caber perfectamente en el molde Neoliberal de los ’90. Amable hasta el hartazgo, de buenos modales y muy, quizás demasiado políticamente correcto. Bien vestido al andar y con pañuelos ganaderos al tono en tiempos otoñales como estos.

Resulta que este hombre se encontró en las postrimerías de su carrera de una manera sorpresiva porque no estaba en sus planes que el Congreso de la Nación no apruebe su pliego para ascender al cargo inmediato que le hubiese significado al menos, cinco años más de vida metida en el uniforme.

Sabrán amigos que tras la reforma constitucional de 1994 el parlamento nacional es quien otorga ascensos y bajas dentro del Estado Mayor –coroneles, generales, brigadieres, almirantes y comodoros que integran las tres fuerzas armadas: Ejército, Maria y Fuerza Aérea- . Pero este militar muy lejos de quedarse desocupado o dedicarse a la actividad privada incursionó en la pública, desde hace muy poco ocupa un cargo de tercera línea en la administración provincial desde donde promete andar sobre carriles del equilibrio.

Logró incorporarse al mundillo político a través de sus relaciones con esa fauna tan disímil y destructiva como la dirigencia provincial y nacional, similares a los dinosaurios en su capacidad de sobrevivencia.

La particularidad es que el hombre ahora reniega de todo una vida. ¿Curioso no? Querer obviar más de tres décadas de entrega a una existencia. “No uses la palabra militar porque genera rechazo”, me dijo con tono de clemencia

Recórcholis, pensé hacia mis adentros, porqué será.

Al comentarle la anécdota a un colega este a su vez me contó otra que se las paso a relatar: en febrero de 2008 se inició en Corrientes capital una de las causas de juicio por delitos de Lesa Humanidad más complejas de todo el país, había varios imputados que en realidad fueron denunciados en 1994 pero la Ley de Obediencia de Vida y Punto Final los hizo zafar de la justicia. En 2003 el gobierno de Néstor Kirchner vía Congreso anuló es norma y las causas se activaron y cobraron rapidez muy similar a la velocidad de la luz.

En esta capital se enjuició a varios altos oficiales del Ejército que participaron en el secuestro, tortura y desaparición de militantes políticos o cualquiera que a ellos les pareciera un riesgo para el gobierno militar de la década del ’70.

Entre los acusados y que luego fue condenado a cadena perpetua -25 años de prisión- se encontraba un tal Horacio Losito con grandes destrezas en “inteligencia” que no referían a su capacidad de discernimiento intelectual, sino al seguimiento, captura y ocultamiento de personas tras detenciones ilegales que se acostumbraban a realizar en el gobierno de facto.

La cuestión es que durante las audiencias este hombre aludía como coartada que los cargos y hechos que se le imputaban jamás los pudo llevar a cabo porque no estaba en Corrientes, sino en Tucumán. ¿Haciendo qué…? y un curso de “inteligencia” que otra cosa más.

Para comprobar esto ante el tribunal Losito convocó a un viejo jefe, camarada y amigo que supuestamente ofició de maestro en el norte.

Este testigo que luego y por otras causas judiciales similares también terminó entre rejas, llegó a esta capital para atestiguar a favor y corroborando lo que decía su subalterno ahora metido en serios problemas judiciales.

La mañana que debía comparecer ante los jueces llegó al juzgado del brazo de nuestro amigo el Dandy Militar.

Pero lo que son las cosas de la vida, imagínense la escena, repletas de militantes de Derechos Humanos y periodistas.

La cuestión es que mi colega que me contó todo esto lo retrató con cámaras fílmicas a los dos, al Dandy y al testigo de Losito.

Días después nuestro militar devenido ahora en funcionario, discó el número de celular de mi colega –conseguido tras una acotada pesquisa- y haciendo uso de sus modales de Dandy, dijo que le gustaría explicarle que él sólo acompañó en aquella ajetreada mañana a un camarada y amigo. Esas cosas que se tienen cuando uno es del palo ¿no?. Y que todo lo concerniente al juicio que lo resuelva la justicia que él –nuestro Dandy- es un hombre de la democracia y el disenso.

A reglón seguido le pidió a mi colega si era tan amable de pasarle el número telefónico de otros periodistas que él con esa inconmensurable paciencia que posee les explicaría el desliz de acompañar, del brazo, a un acusado de delitos de Lesa Humanidad al banquillo judicial.

Mi colega al igual que yo no salía de la sorpresa.

Me queda entonces una gran disyuntiva. Nuestro amigo el Dandy, militar, funcionario. Todas esas formas y boato de buen ser ¿son naturales o meras poses? Dicen que uno nunca deja de ser lo que es.

Ah, lo olvidaba, el Dandy recibió a comienzos de los ’80 una condecoración del Estado Mayor por obtener el pimer puesto en un curso avanzado de “inteligencia”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario