lunes, 7 de junio de 2010

El síndrome de la hoja en blanco

- Hacete una carilla sobre Dios y con eso cerramos, okay?

La orden salió de la boca del jefe de redacción ataviado de papeles, detrás de una destartala computadora, la escena se dio vaya a saber uno dónde, cuándo y bajo qué circunstancias.

El joven cronista redactor que por meses superaba los veinte años, un poco confundido por lo directa pero a su vez escueta explicación del encargo, atinó a decir que sí con la mirada y la boca bastante abierta.

Dio media vuelta y cuando estaba por atravesar la puerta de la jefatura de su jefe, caviló lo que dura un pestañeo y volvió sobre sus pasos.

- Señor…la nota debe ser hablando bien o mal de Dios.

La anécdota ya no recuerdo quién me la contó pero se remonta a los años de la facultad de Comunicación Social, aquella época en las postrimerías de los ’90, en la denominada “escuelita” que funcionó en el edificio escolar Domingo Faustino Sarmiento, sobre calle Buenos Aires frente a la plaza 25 de mayo.
La idea era demostrar con la breve historia del joven redactor y su mando superior, que los periodistas somos capaces de hacer cualquier cosa, lo que sea, como lo indica la misma naturaleza humana de donde venimos.

Pasaron más de diez años de ese tiempo romántico de juventud en un claustro y veo con mucha angustia como los vaivenes de la política local mixturada con la voracidad de empresarios, se fagocita a este oficio, como lo hace claramente con otros. Qué hacer ante este perro que corre en círculo inútilmente queriéndose morder la cola. A lo que se suman la anguria de colegas subsidiados por el poder de turno o mini cooperativas legislativas, grupos de diputados o senadores que aportan a determinados colegas para salir al aire de radios o aparecer en páginas de diarios.

Eso, también bastardea, no solamente las tropelías de empresarios asociados con políticos y vale la pena decirlo: en estos años vi cómo un sin fin de compañeros viven de las declamaciones de escritorios, hacen de la queja una constante pero a la hora de cristalizarlas en reuniones ante responsables de medios se callan, y las quejas quedan en simple camarillas.

Otro tanto veo cada 7 de junio como concurren a los agasajos donde practican “el periodismo voraz”, pero en el sentido literal de la frase porque se engullen todo lo que hay en los opíparos preparados para quedar bien con la prensa. Nada mejor que hablen bien de uno ¿no?
Nunca creí que esos encuentros se organicen de manera sincera por respeto al trabajo de prensa, cuando uno publica algo que les molesta o sino no lo hace por problemas de espacio o tiempo, lo primero que hacen es echar en cara “lo bien que los solemos atender”.

Sólo por dar un ejemplo, las fuerzas de seguridad son las que se esmeran en esos banquetes. Incluso, si mal no recuerdo hubo un año que se festejó el día del periodista en el ex Regimiento 9 de Infantería, con turbio pasado en las épocas de la última dictadura. ¿Otra curiosidad o gajes del oficio?
Periodistas bailando en un predio donde funcionaron sendos centros clandestinos de arresto durante el gobierno de facto entre fines de los ’70 e inicios de los ’80.

Quizás sea exagerado el ejemplo sobre las incongruencias que cometemos, quizás, pero no deja de ser un gráfico de lo que solemos hacer.
En mi caso puntual en los últimos años me embarqué en una aventura que tras su término me dejo sin trabajo, sabía de ese riesgo y lo asumo, padezco la escasez de fuentes laborales “sólidas” ante un mar de laburos informales que van desde los portales o páginas de noticias, pasando por radios hasta llegar a los diarios gráficos.

Con el caso La República los mismos sectores de siempre, cámaras legislativas, Poder Judicial e iglesia, ahora se sorprenden de saber las cosas que todo el tiempo ocurren en sus narices, es como descubrir que hay pobres y que antes eso no pasaba, no existía. ¿Antes no sabían de la precariedad laboral en el sector, de que los empresarios en connivencia con los políticos de turno hacen negocios camuflándolos en medios periodísticos?
Por eso lo del perro que gira y gira y gira, pero nunca puede tomarse la cola con la boca.

Si se piensa en el modus operandi o más formalmente dicho, la forma en que se administran la mayoría de los medios en la provincia, es el mismo, el caso de La República no es el único. Pasa que a veces las varas con las que medimos no son las mismas, pero no hay que buscar quién es más desafortunado que quién en esta aciaga época para el rubro periodístico.

Para escribir estas líneas en reiteradas veces tuve el síndrome de la hoja en blanco, tratar de encontrar el equilibrio es lo que más cuesta en estos tiempos, aunque seguramente y de igual forma algunos no estarán de acuerdo con estas palabras.

La objetividad y libertad de expresión son como esas chicas difíciles que muy pocas veces se las pueden obtener, esas que están un rato pero luego se van como llegaron, dejé de creer en el romanticismo que para muchos jóvenes que se inician ambas cosas significan un pilar en el oficio.

Sí creo en la constante perfección a la que deberíamos estar expuestos y dedicados, a no cumplir horarios de oficinas y a que las leyes laborales –vapuleadas a comienzos de la década pasada- nos protejan de la precariedad en el trabajo.

A que los que levantan esas banderas no sean camaleones mimetizados según los vaivenes políticos de turno, peor que un político es un sindicalista con mameluco de trabajador, con el político se correo con ventaja porque se sabe que indefectiblemente engañará. El gremialista por ahí goza del beneficio de la duda.

Felicidades y copas. 07 de junio de 2010.-

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