viernes, 30 de octubre de 2009

El mundo Sabina


Fue una noche fresca del 24 de marzo de 2006. Allí estaba, tras una bocina de barco viejo, de esos que surcaban los océanos a comienzos del siglo pasado, arropado de negro, bombín y maleta de cuero muy antigua, bastón en mano derecha y Mic en izquierda; haciendo “Ahora que”. Joaquín Sabina dejaba para mí el sonido de discos compactos para hacerse mortal, de carne y hueso como Dios manda.

A unos quince metros de distancia sobre el escenario del Superdomo Orfeo en la capital de Córdoba, la fecha por más trágica que sea en su carga de terror y dictadura para la Argentina, para mi fue una de esas en que uno, no vuelve a ser el mismo.

Así recordaba los albores del acercamiento hacia el mundo sabinístico, yo surcaba la adolescencia entre Miguel Mateos con el grupo Zas, Soda Stero y Charly García a fines de los ’80 e inicios de los ’90; pero un “gallego” como lo llamaba en esa época, me sacaba de quicio cantándole a los amores y desamores, a la droga, a las putas y a lo jodida que era la vida errante de un loco que no era lindo.

Exiliado por cuenta propia en Inglaterra en 1970 tras participar de un ataque con bomba molotov contra la sede de un banco de Bilbao, en Granada, como parte de una serie de acciones referentes al grupo separatista vasco ETA, Sabina inicia un ripioso - pero exquisito en lo artístico- camino hacia la música.

Mixtura de esa forma el rock con vertientes musicales españolas y Latinoamericanas, atrás había quedado una adolescencia y niñez que erró por establecimientos educativos regidos por el verticalismo de la enseñanza religiosa.

Algo que sin dudas lo marcó a fuego como su vida hogareña: “La mitad del tiempo la pasaba en la calle y la otra mitad en la escuela. La verdad es que no sé dónde corría más riesgos”, dijo reiteradas veces ante la prensa mundial.

Enredado por bares y pub británicos cuenta la leyenda, no se sabe si es verdad, que tocó ante George Harrison en uno de esas eternas y lúgubres veladas londinenses, es más, dicen que el ex Beatle le dio como propina cinco libras.

Su acercamiento a Elvis Presly, Little Richard. Chuck Berry y hasta los propios Rolling Stone; le abrieron el sendero hacia las musas que habitaban en sus recorridas nocturnas. Noches que se precitaban a los abismos femeninos embadurnados con drogas y alcoholes etílicos de todas clases.
Para 1978 el todavía joven andaluz emprende el regreso a su tierra, en Madrid incursiona en varias actuaciones televisivas hasta que desiste de una ellas, en la cadena CBS se niega a cantar con playback y vuelve a sus presentaciones por bares madrileños.

Claro que ya tenía bajo el brazo su primer disco, llamado en ese entonces como “elepe”: Inventario, un disco con canciones que fueron extraídas de sus escritos "Memorias del exilio" durante sus años en Londres.

Las letras versaban sobre los duros y terroríficos tiempos del franquismo en España, retrataban la vida de los españoles en esas décadas de dictadura y como eran reprimidos en todos los sentidos; desde lo figurado hasta la represión literal.

Avanzada la década del ’80 hizo letras para varios cantantes de Madrid y Barcelona, mientras que seguía su derrotero por bares y calles madrileñas con algunas escapadas a otros destinos pero siempre dentro del país.

Justamente en los primeros años de de los ’80 empieza a frecuentar la Argentina y queda además de enamorado, anonadado por Buenos Aires; “es la París de Sudamérica. Tan puta y tan hermosa”, la describió ante la prensa nacional en uno de sus tantos viajes.

Claro que en aquellos primeros años ochentosos, Joaquín Sabina no era masivo como lo es ahora. Es más, participó como público en las primogénitas ediciones del ‘Chateau Rock’; festivales rockeros pos advenimiento democrático en el país que se hacían en el estadio mundialista de fútbol en Córdoba, Chateau Carreras.

Y giró luego por infinidad de bares y sucuchos porteños, en especial los de San Telmo.
“Alguna vez tocaré allí”, se dijo mientras contemplaba desde la avenida Corrientes el Teatro Gran Rex y caminaba por las aceras porteñas con la tranquilidad que da el anonimato.

Recién en 1992 empezó a cosechar seguidores que actuaban como miembros de una secta, reuniéndose en bares donde se embriagaban escuchando los discos sabineros de los ’80, pero impulsados por ‘Física y Química’. Álbum que inicio el granjeo de sus fans argentinos y que lo proyecto hacia la masividad con “Sabina y Cía. Nos Sobran los Motivos (2000)”.

Un disco doble grabado en su totalidad en actuaciones en vivo que si bien incluye recitales hechos en su mayoría en giras por ciudades españolas, es totalmente argentinizado porque las letras de las canciones fueron modificadas y pasadas incluso hasta el lunfardo en algunos tramos.

“Dieguitos y Mafaldas” es una de ellas, canción que cuenta el enamoramiento del andaluz de una argentina que vivía o vive, vaya a saber uno, en el partido bonaerense de González Catán.

Fue así que desde fines de los ’80, comienzos de los ‘90 y hasta estos días en vísperas de un nuevo disco, “Vinagre y Rosas”, Joaquín Sabina sigue metido en mi recuerdo de aquella noche en el Superdomo Orfeo de Córdoba.

1 comentario:

  1. muy bello lo que escribiste!
    También llevo a sabina en mí,me mata.
    Gonzalez Catan es una localidad del partido de la matanza del conurbano del gran buenos, te ubicas?
    suena lejísimos pero tengo amigos allí.
    saludos.

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