miércoles, 11 de julio de 2018

Matar al periodista


Hay momentos desequilibrantes. Son los que vuelven a ponerte en el lugar de donde te habías ido. O al menos eso creías. Por lo general tienen que ver con la memoria asociativa: olores, colores, música, comida. Cuando algunos de los sentidos se activan con dichas sensaciones, te llevan como por arte de magia a esos lugares recónditos que también, por lo general están en el pasado o en las profundidades mentales.

Ahora, qué hacer si lo querés reprimir y no podes porque justamente lo que te genera es placer. O adrenalina. Vaya narcótico.
Aquel viernes por la noche cenaba con la doctora Giménez que detrás de sus cristales bifocales y bajo las interminables ondulaciones de sus cabellos, leyó un mensaje de whatsApp: “Van hacer un operativo de bloqueo contra dengue en la manzana de la residencia oficial del Gobernador”. Eran las 21:45 y ambos entrábamos con ganas a las empanadas al horno en sus dos versiones: de carne y de pollo.

Fue inconsciente, pensé en lo bueno y certero que era el dato y en la forma de publicarlo.
A la Doc le confesé que me estaba llevando, con la revelación, a un lugar de donde yo me había ido. El periodismo. ¿Pero a caso me había indo en realidad?

Mientras manteníamos el férreo avance sobre las empanadas, ella con un Fernet y este escriba con un Malbec, no podía dejar de pensar a quién contárselo. E incluso cómo escribirlo y qué título (bien amarillista) se le podía poner a la nota. Había mucho para condimentar esa noticia. Ese viernes era el cumpleaños del Gobernador. Hubo un nuevo procedimiento judicial en la Gobernación en el marco de una voluminosa causa judicial que lo tiene a maltraer. Y su joven esposa marchaba en la recta final de su embarazo. Lo cual, esto último agregaría un hilo de dramatismo al impacto de la noticia.

Todo este soliloquio lo cavilé en cuestión de minutos mientras continuábamos con la charla.
Luego bromeábamos  con respecto a mi deseo de dejar de una buena vez de ser periodista. Pero la noticia no paraba de rebotarme en la cabeza y mucho más una frase, una idea que compartí en voz alta con mi interlocutora. “Yo quiero matar al periodista y vos me lo traes”, dije en tono lúdico pero como sabemos las cosas atroces siempre van montadas en una broma para camuflar su veracidad al decirlas.

Recordé así la idea de identidad que tiene que ver con el oficio. Con lo que hacemos. Si realmente nos dedicamos a lo que nos apasiona. Gran parte de la vida nos la pasamos afirmando que amamos lo que hacemos pero  en realidad nunca nos detuvimos a pensar realmente si ese amor es verdadero y correspondido.

Al periodismo se lo conoce con la muletilla del “mejor oficio del mundo”. Una verdadera estupidez empalagada de cursilería.

Aquella noche quedé pensando en esa adrenalina que hacía tiempo la había dejado de sentir. Recordé la charla con mi analista sobre la identidad y qué se había roto entre mi oficio y yo. Era bucear en otras profundidades más escabrosas que las mentales, era tarde y el viernes había sido eternamente largo. Me fui a dormir con el sueño de matar al periodista. Pero de una buena vez por todas.
Corrientes. Domingo 08 de Julio. 19:27

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