martes, 4 de enero de 2011

Una tormenta en la ruta, un coche de bebé y un pequeño cementerio

Un viaje de los tantos tras una larga jornada periodística. Esta vez, segunda incursión al interior provincial para el diario, de Goya a Corrientes a eso de las nueve y pico de la noche.

Una lluvia intermitente que a la altura de Lavalle y Santa Lucía sobre la ruta provincial 27 se hacía por momentos intensa. Esa forma de precipitación a baldazos como si alguien se esmerara en limpiar baldosas desde las nubes.

Junto al chofer en la butaca del acompañante iba el fotógrafo, David, ambos intercambiaban recuerdos de eternas noches bailanteras a medida que la radio saltaba de una cumbia a otra. Canciones de varios años atrás y algún que otro hit de estos tiempos en versión cumbia villera.

Pasando Bella Vista, unos diez kilómetros siempre en dirección de Goya hacia Corrientes, no caían más que gotas y un camión a distancia prudencial empezó a cambiarse de carril. Se pasaba de su andarivel hacia el nuestro hasta que el conductor del móvil perteneciente al periódico, tuvo que volantear a su derecha para esquivar al pesado transporte. De no hacer la maniobra hubiese embestido al vehículo del diario y difícilmente yo habría podido escribir esta historia, salvo algún milagro de esos que suelen pasar en accidentes ruteros, mal llamados “tragedias con suerte”.

El cruce entre ambos rodados fue veloz, casi instantáneo y allí se dio el descubrimiento. Un cochecito de bebé tirado a la vera de la ruta, destrozado, desperdigado sobre la el asfalto.

Casi dos minutos de silencio y fue el reportero quien se animó a preguntar lo que todos vimos e imaginamos. Yo pedí para dar media vuelta y fuéramos a ver qué era. “Si es una criatura yo no bajo”, sentenció el conductor.

La noche estaba muy oscura, más de lo que se veía desde el interior del automóvil. Cuando llegamos al lugar efectivamente había un cochecito para recién nacido esparcido sobre la ruta. Pero era de juguete, esos que se compran para las nenas. Todavía recuerdo lo que le dije a David cuando estaba a punto de bajar, “bajá con tu cámara”, alimentando el morbo innato de periodista ante la posibilidad de encontrar algún cadáver en la zona. Aún me sorprende la reacción pero de última no estaba errado porque si volvimos tras el paso del camión, fue porque pensamos que algo ocurrió y mucho más aún, intuíamos por suerte equivocadamente, que hallaríamos un niño. Guiados por el changuito de bebé que divisamos al pasar.

Dimos otro giro para regresar a la cinta asfáltica y allí fue, ayudados por los faros del coche un descubrimiento que terminó de completar la escena de aquella desapacible noche.

En sentido recto, hacia el campo, a unos veinte metros de donde estaba tirado el juguete, un cementerio de pequeñas proporciones parecía una ciudad enana. Diminuta necrópolis de las que aún se utilizan en zonas rurales para sepultar familias a lo largo de los años. Panteones de casi un metro de alto y tumbas con losas sostenidas por muritos de cincuenta centímetros de altura.

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