viernes, 9 de diciembre de 2011

Príncipe desteñido

En las adyacencias de la aldea el Príncipe rondaba por las noches en busca de algo que alivie su nostalgia y sobre todo que pueda vencer a un feroz enemigo. El olvido. Pero hasta ahora no tenía ni armas ni ánimo suficiente para enfrentar a tal adversario.

Y así andaba, errante por bosques aledaños mirando las campiñas y mujeres laboriosas que cosechaban el trigo, hombres que iban de caza en busca de ciervos y pavos reales para obtener plumas destinadas a los disfraces de carnaval.

Habían pasado meses y quizás años hasta que seriamente el Príncipe empezó a caer en la cuenta que estaba condenado a no lograr vencer al temido olvido, es más, ya estaba casi convencido que no podía siquiera hacerle frente en algún páramo cercano a la aldea.

Pero no hay mal ni conjuro que perdure cien años.

Una noche de primavera parecida a una otoñal le hablaron de una princesa sobre quien decían que por las noches se convertía en bella durmiente y entonces el hijo de reyes abdicados juntó valor y bajó a la comarca. El objetivo era buscar y hallar a la dama en cuestión y con ella dar pelea al olvido rodante por todo el dominio aldeano.

Cortejó a la doncella durante algunas semanas, caminaron por las praderas y hasta se adentraron en el lago cercano al caserío con fama de ser encantado en vísperas de lunas tísicas.

Así el Príncipe creyó que estaba listo para medirse con su acérrimo enemigo pero antes debía enamorar a la doncella y cuando estaba apunto de hacerlo ella le confesó la brutal realidad: no era una bella durmiente y ergo, no necesitaba de besos para despertar.

La poca moral que le quedaba al antihéroe de esta historia se diluyó con una gran lluvia desatada en plena madrugada cuando abandonó su camino a la aldea. De regreso al bosque caviló en qué había fallado y que nunca jamás presentaría batalla al olvido.

Cuando llegó a la mitad del bosque, empapado por la voraz tormenta e iluminado por un relámpago notó que el azul de su atuendo estaba desteñido.

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