jueves, 8 de diciembre de 2011

Así estoy yo

No hay nada peor que una sala de espera donde no habita la esperanza. Donde el dolor, la angustia y la vulnerabilidad humana van tapadas en sábanas blancas y la parca ronda silenciosa y cautivante como ella se caracteriza.

Niños gritando tras pasar estudios ultravioletas, gente apremiada por saber resultados que ya saben que no serán buenos.
Sillas de ruedas con pasajeros conectados a sueros y tubos de oxigeno.
Caras que no dicen nada y rengos que buscan vanamente disimular la minusvalía.
Otros como yo con hidalguía fingen tranquilidad cual pronto fusilado frente a su pelotón que lo ultimará.

Entonces uno recuerda al ver estas instantáneas que absurda es la materialidad de la cosas. Que burdo es el dinero, el andar a prisa y el ser puntual. Que torpe es ser un fanático del trabajo y qué nostálgico y lejanos quedaron aquellos tiempos en que uno era inmortal.

Amores perdidos en las profundidades de los mares del olvido y ahora embriagarse con agua mineral y nada de picantes y frituras.

Diminuto ante esas cosas de la vida se me viene a la mente aquella canción: “Apenas vi que un ojo me guiñaba la vida le pedí que a su antojo dispusiera de mí, ella me dió las llaves de la ciudad prohibida yo, todo lo que tengo, que es nada, se lo dí”.

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