sábado, 8 de mayo de 2010

Espejismos

“Famélicos y otros fornidos indios avanzan sigilosamente tras los arbustos, apenas en la coronilla de esos pastos resecos producto de la sequía, divisan maderos a unos cuantos metros, la formación de troncos no está ni cerca ni lejos.

De repente se escucha el estampido de explosiones seguido por un olor que los nativos no entienden, incluso a algunos los marea hasta hacerlos caer, sin embargo no sueltan las lanzas y las flechas siguen siendo disparadas hacia el conjunto de maderas que está por arriba del pastizal.

Intentan avanzar en forma de pinza, a pesar de ser rudimentarias sus formas de atacar aguantan estoicamente la andanada de plomo, flechas lanzadas por ballestas y más explosiones que traen bolas de fuego, el desconcierto es total, atrás de ellos están las altísimas barrancas y abajo la profundidad del Paraná. Algunos combatientes aborígenes quedan con la mirada perdida atónitos por los destellos de pólvora, un lenguaje de sus adversarios que no entienden y algo que nunca termina de quemarse, otro conjunto de maderos en forma de cruz.”

Es 1º de mayo e imagino esa instantánea por varios minutos cuando veo una verdadera marea humana bajo el puente interprovincial Manuel Belgrano, y por más de un momento me transporto a ese tiempo casi prehistórico, en el mismo lugar y casi en la misma fecha colonizados y colonizadores se mataban por la posesión de la tierra los últimos y por mantenerla en su poder como dueños originarios los primeros.

Después vendría lo que se llamó en los ochenta “guerra ideológica” y en la actualidad “guerra mediática”; los españoles conquistadores decidieron que con la matanza de nativos no perdían mucha mano de obra barata, sino gratis, entonces optaron por los “espejitos de colores”, baratijas e insignificancias que tras revolver el lastre de sus navíos se las estregaban a los indios a cambio de plata y oro, eso en los lugares donde los valiosos metales existían, en nuestro terruño fueron las futuras manufacturas que salían de la agricultura pos colonización.

Sigo con la vista recorriendo la monumental rampa de nieve que el intendente capitalino ex winserfista, Carlos Espínola, trajo a Corrientes y es como si viera otra escena prehistórica, pero actual, toda la gente mira ensimismada hacia algo blancusco sobre las rampas, algo que a muy lejana vista de pájaro parece ser nieve.

Familias enteras peleando por lugares en la avenida costanera sur, chicos por todos lados y música electrónica con pantallas gigantes cuyas imágenes nadie mira ni entiende, los ojos están clavados en las pendientes.

A metros del escenario para las demostraciones de acrobacias invernales como ser esquí o snowboard, niños juegan sobre la vera del Paraná, tiran piedras al río y se salpican con arena, todo dicen las autoridades, autores intelectuales y materiales de “la nieve en la ciudad”, es para que Corrientes “sea vista” en el resto del país y del mundo como una gran metrópoli, progresista y proyectada al más allá o futuro como quieran llamarlo.

Varios días después de ver el espectáculo seudo circense en la costanera local, reviso los antecedentes de Juan Torres de Vera y Aragón, llamado por la historia con su título nobiliario de Adelantado y además fundador de San Juan de Vera de las Siete Corrientes, sin mucha inspiración para el nombre de la ciudad ya que los extremos geográficos correntinos se pueden fácilmente divisar y contar desde las aguas del Paraná, además del egocentrismo adosándole parte de se gracia compuesta a la denominación del entonces asentamiento.

Resulta que el hombre como se acostumbraba en aquellos tiempos (siglo XV) compró el título de Adelantado, para luego descubrir que había sido despojado del mismo por un pleito judicial con la Audiencia Real, organismo dependiente de la corona española, una síntesis de los “espejitos de colores” que intercambió con originarios de estas tierras y una metáfora para nuestra época cimentada en enclenques bases de espejismos como un copo nevoso en los llanos litoraleños.

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