sábado, 4 de agosto de 2012

Una fábula sobre pozos extraños


Desde su fundación la comarca fue pensada en cuadrados. No por cuestiones de ingeniería si no para defenderse mejor ante posibles invasiones de aquellos salvajes inmundos, bestias que el colonizador bautizó tan bien y así lo adoptó la santa iglesia católica, como indios.

Claro que algunos de los nativos fueron coactados por los sacerdotes misioneros, eran los que sobrevivieron a las matanzas del hombre blanco y fueron a parar a los reductos eclesiásticos donde la doctrina católica los terminaba de subyugar.

Pero una tarde el Padre Florentino saltó de la cómoda reposera hecha de algarrobo donde aprontaba los enceres para la cena. Se venía la noche y a pesar de estar en invierno el clima durante el ocaso parecía primaveral.

El aborigen corría desde la plaza a los gritos, desencajado, tan asustado que blasfemaba en su lengua –guaraní- a pesar de tenerlo totalmente prohibido y ser pasible de azotes. Pero el joven estaba en show, como si hubiese visto al mismísimo diablo.

Sin reponerse y entre balbuceos mixturando castellano con dialecto aborigen, el muchacho contó su experiencia en el túnel donde La Misión almacenaba el forraje del ganado. A unos treinta metros del casco de la iglesia el subterráneo desde la superficie parecía un hoyo semejante al de un aljibe. Tras destaparlo los indios de contextura delgada descendían y acomodaban el alimento de los animales y también cuero seco entre un sin fin de herramientas y hasta medicinas para enfrentar las penurias que habitualmente acarreaba el invierno.  

Aquella tarde cuando estaba bajo tierra el nativo vio como al otro extremo del túnel se destapaba una especie de segunda boca. Entraba un potente rayo de luz natural y unos sonidos jamás escuchados por el indio.
Eran los ruidos de la modernidad unos trescientos y pico de años llegados cual eco desde el futuro. El infeliz primero quedó mudo y luego inmóvil, azorado ante tamaño fenómeno.  

Bocinazos y muchedumbre descendían desde las alturas del otro extremo de la pasarela subterránea. Se sumaban unas voces bastantes extrañas. El indio en cuestión atinó a parapetarse ante unos cubos de forraje y acomodó los oídos:

-         Esto es lo que encontramos y aunque todavía no sabemos qué carajo es, lo mejor que podemos hacer es venderlo como un gran hallazgo antropológico…

-         Y si…ante no mostrar nada mejor inventemos esto. Métanle si…yo me voy que quiero llegar para ver algo de las olimpiadas de hoy que no pude ver nada.

Eran como mínimo dos voces de hombres que retumbaron bajo la tierra. Toda la escena duro un minuto y medio pero sirvió para endemoniar al nativo que en segundos emergió a la superficie para correr a contar lo visto al padre Florentino.

Pobre imbécil, el sacerdote lo tranquilizó, le dio de beber unos placebos y al rato llamó a los guardias de la comarca.
El indio fue estaqueado por cuatro días de seguido, antes recibió 150 azotes.

Todo bajo los cargos de hereje por haber dicho que vio a Satanás.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario