martes, 24 de enero de 2012

Escombros

Había llegado de una lejanía que estaba al otro lado del mar. Un sitio donde el sol solía echarse a dormir tras el ocaso.

Su misión era reconstruir la vieja iglesia del poblado desperdigada en el suelo tras derrumbarse sin motivo alguno. Salvo los casi cien años de construcción corroídos por ese juez implacable que lleva el nombre de tiempo.

El ingeniero tras descender del barco que lo llevó hasta la localidad sumida en una gran depresión por haber perdido su templo que oficiaba de protector de la fe autóctona, observó durante varios minutos las ruinas de la iglesia.

Los escombros cubrían casi toda la parcela eclesiástica. Al otro día de su arribo el profesional de la construcción empezó la tarea de limpieza ayudado por un ejército de feligreses que tenían otra cara por la pronta recuperación de su santo coliseo.

Y así fue, al cabo de siete meses el templo volvió a estar de pie, incluso con los mismos materiales que al derrumbarse eran solo escombros.

Sin embargo había algo, una extraña sensación que embargaba a los fieles durante las primeras jornadas post - recuperación del templo.

Era como que todo era casi: casi parecido a lo que fue antes, los olores a pintura antigua en las paredes eran casi iguales a un pasado que siempre fue mejor. Incluso el púlpito era como que tenía otra dimensión, miraba de otra forma el párroco desde ese atril restaurado.

Ni hablar del confesionario. Era tan frío, tanto como esas salas de interrogación para homicidas que se resisten a ser confesos.

Entonces antes de partir a su lugar de origen el ingeniero notó que la felicidad del poblado no era completa porque persistía esa rememora al pasado. Como si se trataran de dos templos, uno antes de la caída y otro después. Aunque ambos estuvieron edificados con el mismo material.

“Son exactamente idénticos, milímetro por milímetro” le dijo el ingeniero al sacerdote. “Pero la precisión de mi trabajo no puede hacer nada con los recuerdos de la gente. Ellos quieren la otra iglesia, la que estuvo siempre hasta que sus paredes le dictaron la pena de muerte”, fue lo último que explicó y tomó el sendero hacia el mar para subirse al barco que lo llevaría de regreso a casa.

En los aposentos del sol.

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