miércoles, 11 de enero de 2012

Equidistante

En una imprenta del siglo pasado cuyo año exacto no tiene relevancia puntualizar, su dueño era un terrateniente de la época que dirigía su negocio bajo fusta y con rectitud propia de las legiones cruzadas. Para ello tenía una elite de bufones y habladores que lo tenían al tanto de cada movimiento en la empresa de papel.

Pasa que el negocio era la piedra fundamental de otros negocios mucho más importantes pero por sobre todo, tenían al mandamás cerca de algo que lo seducía en demasía. El poder de los reinados de turno. Siempre próximo a las cortes de su majestades. Lo invitaban a las tertulias del reino y allí el terrateniente propietario de la imprenta en cuestión, departía largas tardes que terminaban en lo profundo de la madrugada.
No existía mayor éxtasis terrenal que estar con los reyes, príncipes, barones, condesas y toda la sangre azul. Intercambian favores siempre por medio del canal en que se convertía para tales menesteres, la imprenta.

Ocurre que el comercio de imprimir papel con noticias del reinado abría puertas inimaginables y bendecía, al dueño del negocio, con pleitesía del poder. ¿Se imaginan? Que el poder subyugue a uno por el mero hecho de leer en papeles las bondades del Rey, la Reina y el reinado en general.

Así, los habitantes de la comarca siempre estaban al tanto de las cosas que hacían los reyes. Que Rey esto, que el Rey lo otro. Que el Rey libro batallas contra ejércitos invencibles pero él quebraba esos invictos con su escuadra mucho menos numérica pero más poderosa en el arte de la guerra.
La vida en el reino pasaba sin ningún drama porque justamente esa vida observada a través de los escritos que lanzaba la imprenta, contaba eso, una existencia sin sobresaltos y no había objeción para tales buenas noticias una vez impresas.

Pero en la imprenta había un problema. Como siempre no casi todo debe ser perfecto. Uno de los impresores de vez en cuando tenía la desquiciada idea de imprimir cosas indeseables o reprochadas por el dueño del comercio.
Vaya semejante pecado. El empleado nunca entendía como el terrateniente podía saber lo que el hacia no estando en el mismo lugar el propietario del negocio. Una cualidad más. Desde diferentes lugares equidistantes del reino llegaban los tentáculos del mandamás para asegurarse que todo salga impreso como él y la realidad acorde a sus deseos casi siempre convertidos en caprichos, quisiera ver impresa en los papeles de aquella antigua imprenta del siglo pasado.

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