jueves, 12 de febrero de 2009

Galeón


En el décimo tercer piso miraba desde atrás de los ventanales. Las cortinas abarrotadas contra los vértices formaban el marco de un cuadro si se observaba la imagen desde el vacío. Desde frente, del lado de afuera de la ventana.

En pijamas avistaba la ciudad a eso de las 17 pasadas, casi 18. Un verdadero cardumen en un río revuelto la metrópoli era pura vida. Y él anclado ahí, con un suero de cada lado. Ambos brazos estaqueados por sendas agujas y finas mangueras. Barba de tres días y dos, sin bañarse.

A la altura de la cintura cuelga una delicada bolsa de plástico que destila hedor a sangre coagulada. Retrospectivas que se atropellan en la mente, unas tras otras van cayendo, amontonándose, apilándose; subyaciendo todas en un mismo lugar.

Lo único que le quedaba intacto eran los recuerdos ahora mezclados con la nostalgia. Esa dulce obsecuente tristeza que todos los días a esa hora lo asaltaba. Lo acuchillaba y extraía sus tripas, todo en ese instante era expulsado de su mente. Pero curiosamente no tenía resentimiento ni rencores. Sabía por lo que estaba pasando.

Su gran cavilación eran las mujeres, ninfas que habían pasado por su costado. Las que había amado, las que puteó, las que dejó a orillas del camino. Las polleras que levantó decorosamente en cada puerto de esos interminables atracaderos nocturnos.

Pero había un enemigo que agazapado lo esperaba todos los días a esa hora. El inmaculado cargo de conciencia. Casi puntual arribaba a esa hora y él como podía se paraba y echaba áncora frente al ventanal. No podía eludir esa inquisición del por qué en un laberinto sin respuestas, de qué se había hecho de cada una de las femeninas que amó. Que olvidó, que se las llevó a la alta mar de su cama.
Esos maremotos sexuales en veladas de tabaco, alcohol, besos, gemidos y despedidas bien entrada la mañana.

Todo trascurría en un ir y venir de pasajes en la cabeza. Ese capitán de galeón indestructible ahora, todas las tardes se las veía con él mismo. Instantáneas de una existencia que ya no es y lo exasperaba saber el por qué de tanta interrogación vana sin lugares donde responder.

Y la conciencia atiborrada por esas faltas cometidas sin saber su razón. Pero no podía dejar el soliloquio que se daba todas las tardes a esa hora. Sólo en el medio de todo eso apesadumbrado buscaba las polaroid del pasado lejano. Allá, donde surcaba esos mares al mando de su galeón invencible. Cuando era inmortal y lejano al suero, al tajo que llevaba desde hacia diez días en la zona de la ingle. En la parte de la próstata era como un cañonazo en la línea de flotación.

Ahora él, como todo capitán yacía en el fondo del océano junto a su galeón en la pieza de un hospital. Sin mares que navegar, sin mujeres que conquistar. Sin bares que cerrar. Sin más que esa nostalgia y cargo de conciencia que todas las tardes puntual lo visitaban. La hora en que la ciudad ardía con su trajinar anónimo de transeúntes.

2 comentarios:

  1. No te convenzas…
    Que esas cosas del corazón que la razón no entiende te gobiernen aunque sea un minuto cada día…
    Dos más dos no siempre es cuatro. No te convenzas.
    No llenes de nostalgia lo que se puede colmar de presente.
    La física y la química no se esfuman.
    No traiciones a tu corazón.
    No batalles contra vos mismo. Siempre vas a perder en esa guerra.
    No dejes que el miedo te paralice.
    No fuerces el destino…
    No te conformes con tu propia naturaleza. Siempre hay algo más.
    Siempre hay motivos para no cortarse las venas de un tajo.
    No te pienses implacable.
    Permitíte vulnerable, ya que eso te hace más fuerte.
    No te convenzas de la soledad cuando alguna vez amaste.
    No construyas barreras, muros y fortalezas para sentirte resguardado.
    Nunca abandones sin haberlo intentado.
    No construyas excusas, dudas o mentiras para sentirte resguardado.
    No le tengas miedo al amor.
    No acentúes tus defectos para sentirte resguardado.
    No apuestes al olvido, al odio o al rencor.
    No crees moldes de vida que nunca están a tu medida para lograr la certeza de que nunca vas a encajar.
    No te convenzas de que este es el final.

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  2. veo que el tiempo, las lágrimas y la paciencia me dieron la razón...


    Todo llega. Hay un ser superior, DIOS, que se encarga de todo.

    Y ustedes, ni yo, somos la excepción.

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