jueves, 17 de diciembre de 2009

Cara

Frotaba las manos como cuando uno espera algo o intenta amainar el frío. Pero era 10 de diciembre y si bien Corrientes no soportaba ese jueves de primavera una alta temperatura, la humedad hacía estragos en casi la totalidad del público que aguardaba el traspaso de mando de los Colombi.

Arturo esperaba a su primo hermano Ricardo sobre el escenario, su cara y su risa en especie de mueca dejaba ver ansiedad por abandonar ese lugar que actuaba como yugo de vencidos.

Así estaba el ex gobernador, agazapado en su traje gris, los ojos celestes dando vueltas por todo el patio central de casa de gobierno, soportando estoicamente los abucheos cada vez que la gente oía a través de los equipos de audio su nombre.

Pero Arturo se mantenía firme como un granadero en las puertas del Regimiento de Patricios, cavilaba vaya a saber qué cosas, no podía estar quieto y la intensa humedad, el espesor del ambiente mezclado con la diabetes, lo hacían transpirar en demasía.

Atrás quedaron cuatro años de gobierno legados casi en forma feudal por su primo hermano ahora convertido casi en su verdugo, otra vez Corrientes frente a fratricidas disputas de parientes, esta vez traslucida en un recambio institucional.

Ricardo es desbordado por simpatizantes desde que sale de la legislatura donde juró ante la constitución provincial como nuevo mandatario para dirigirse al patio interno de casa de gobierno, previo ingreso por el salón amarillo; Arturo sigue en esa espera eterna, inerte, ese preciso instante donde volverá a ser un mortal más entre todos.

La gente parece devorarlo con los cánticos que piden “un minuto de silencio” porque ahora el ex gobernador, “está muerto”. Sin embargo su defunción se inclina más por la demora de su consanguíneo en venir a tomar esos atributos de mando que reposan sobre una barroca mesa rectangular, una banda con la bandera nacional y un bastón tallado en algarrobo y plata.

Piensa, cavila, escruta por los techos de la gobernación vaya uno a saber qué; las explicaciones que deberá dar a la justicia, los errores cometidos para estar en ese lado: en el de los vencidos.

Pero quizás lo que más trasmita la cara del ex gobernador es la figura de una derrota que no tiene revancha. Así se lo veía por la tv y en vivo, un hombre devastado por su propia existencia a la espera de que todo termine.

A la salida de la sede gubernamental y mientras su pariente prometía un “gobierno de puertas abiertas” y profetizaba que sus políticas deberán ser entendidas por los que la entienden y hasta por los que no la entienden, Arturo era casí golpeado por una mujer.

Por azar de la vida, sobre la calle frente a la gobernación, un personal de ceremonial ofició de custodio y se interpuso entre el ex mandatario y el puño cerrado de la señora presa de ira.

Recuerdo la última vez que lo vi personalmente en su despacho, hacía tres días que uno de sus principales hombres de confianza devenido en ex funcionario, había sido detenido por la justicia acusado de una serie de supuestos delitos administrativos y en los medios no se hablaba de otra cosa que la idéntica suerte que correría el entonces gobernador una vez que finalice su mandato.

A pesar de ese microclima, al entrar a la oficina que estaba desierta de secretarias y colaboradores, Arturo acomodaba sus lentes para ver en qué lugar del despacho quedaría mejor un cuadro de un artista plástico goyano.

La pieza que muestra a una anciana rogando lluvia sobre un aljibe seco, la compró personalmente en las ajetreadas jornadas de campaña proselitista en el interior provincial.

Un par de semanas después, en el crepúsculo del jueves 10 de diciembre comprendí que ésa anécdota no era otra cosa que una metáfora de lo que fue este hombre, un eremita de la realidad.
Ahora con el rostro de la peor de las derrotas, las que no dan revanchas.-

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