Como casi todo en
la vida parecía fácil, sencillo. Hasta que no lo es y se complica, todo se
oscurece y el destino a lo que tanto temían los griegos te vuelve a decir que
no. Que ésta no es la vez que vas a ganar. Y
aunque digan que va a ser muy fácil. Es muy duro poder mejorar.

Fue lo que intuyó
tras el golpe con el agua que estaba tibia esa tarde de mayo. Se habrá
sumergido un metro quizás. Imposible saberlo, pero la fuerza del impacto desde
el salto del puente hasta el río no fue tan fuerte. ¿O sí? Tragó un poco de
agua y todo se le hizo color barro, turbio. Ni pensó en la mochila y sintió que
las piernas se le iban para abajo. Como si en la profundidad del Paraná una
extraña fuerza lo chupara hasta el fondo. Braceó y enseguida pudo sacar la
cabeza. Por suerte tiró el casco antes de saltar y recordaba como los gendarmes
iban hacia el para revisarlo mientras esperaba arriba de la moto y poder pasar
al lado argentino. Estaba a unos 70, 60 metros del retén de migraciones y cómo
mierda esos gendarmes sabían lo que él llevaba. Nunca revisan a nadie sobre el
puente y no le quedó otra que saltar. Quería reírse por lo arriesgado, pero
tenía que nadar o al menos hacer crol para mantenerse a flote. No podía mirar
hacia arriba, hacia la baranda del puente San Roque González de Santa Cruz que ahora
parecía tan lejano. Tanto como si estuviera en el cielo. Fue entonces cuando
vio una figura acercarse y voces que no entendía bien. Ahí fue cuando pensó
dónde quedó la mochila. Dudaba si saltó con ella o la dejó tirada sobre el
puente. Si hice lo último soy un pelotudo pensó.
Sintió entonces
como lo sujetaban del brazo y lo arrastraban sobre el Paraná hacia una embarcación.
Durante esa maniobra se hundía: su cuerpo, sus brazos, sus piernas. La cara
entraba y salía del agua.
Imposible saber
cuánto tiempo estuvo en el río hasta llegar a la costa. Lo que recuerda bien es
la imagen de la cúpula de la iglesia Stella Maris. Pensó que eso era una buena
señal y que un intento de suicidio sería una excelente explicación a las
autoridades.
Para ser mayo el
agua no está tan fría y no me rompí ningún hueso y no me ahogué. También fue lo
último que pensó cuando escuchó las primeras sirenas sobre la avenida costanera
de Posadas frente a la imagen y a la iglesia de la patrona del mar. El ruido
del pequeño oleaje del Paraná lo tranquilizó. Estaba en tierra firme.
Tras las primeras
atenciones en la ambulancia y la confusión en su cabeza, una sensación que todo
transcurrió rapidísimo y a su vez lento, en la comisaria le mostraron la
mochila y las cinco bolsitas con cocaína. Trescientos cuarenta dos gramos fue
el pesaje. Pensó en Eduardo y en ese “laburito” fácil que iba a salir. Pero
nada es fácil en la vida. "No
tienes profesión" recordó la canción de Sui Generis cuando los
policías le preguntaron a qué se dedicaba. Pasero les dijo y aclaró que eso es
más un oficio. El de pasar cosas desde Paraguay a Argentina. Pasas falopa le
dijeron los oficiales mientras le insistían quién le había contactado para el
cruce de los narcóticos a bordo de su moto. El salto del puente le generó
cierto respeto con los representantes de la ley. Sin embargo, lo verdugueaban con
ponerlo en las hacinadas celdas con otros detenidos y le hablaban de las
“bienvenidas” que les daban a los recién llegados.
Volvió a pensar en
qué momento creyó que ese “laburito” lo iba a sacar de pobre. Entonces se
convenció de que no tenía sentido estar haciéndose el leal con Eduardo y se
aprestó a dar en esa comisaría posadeña su confesión de invierno.
*Texto publicado en: https://neaconatus.wordpress.com/2024/12/07/neaconatus-inaugura-su-tiendaneaconatus-com-ar/