Ese pozo de aire le significó una metáfora. Las metáforas
suelen tener la contundencia superadora quizás a la misma verdad. Las paredes
de esa cuadrícula en el edificio estaban manchadas de humedad, un color un poco
negro y otro tanto marrón.
Temía siempre al tirar las colillas de cigarrillos que esos
restos ocasionaran un accidente ígneo. A veces, jugaba con esa idea de que todo
ardiera en mil llamas y observar el trabajo de los bomberos una vez evacuado
del lugar.

Ponía de nuevo la memoria fotográfica en aquel pozo de aire.
Algunas noches, con las luces apagadas, se convertía en una inmensidad de lo
negro. Fantaseaba a veces de que la más absoluta profundidad de los mares tenía
esa dimensión de lo negro. Un negro que llevaba a la mente en una asociación
libre hacia lo desconocido.
Seguía revoloteándole en la cabeza la significación de lo
metafórico. El pozo de aire como un pasadizo a lo desconocido o como una
especie de nimbo del tiempo. Un lugar donde justamente todo queda quieto. Sin
modificarse. ¿Acaso eso era la propia foto de su vida?
Llenar papeles de diario con noticias que a nadie la
importaban podría caber en ese pozo de aire. Miles de horas perdidas para
estrellarse en un lugar bastante próximo a la nada. Su vida a caso estaba suspendida en ese nimbo donde nada se modificaba. Jugaba con la idea de que si el
gato decidió suicidarse podría llegar a tener más decisión que él. Rió,
agitó la cabeza y se convenció que la
precipitación del felino a tierra fue producto de su propia impericia y olvido de
sus destrezas naturales.
A él también le había ocurrido miles de veces estrellarse
ante pisos y paredes. Pero no había nada como desintegrarse tras un impacto
contra el olvido.
Enero 19 de 2.017. Mañana calurosa e igual a casi todas las
de un verano que lleva la prisa de un fugitivo. 10:36. Corrientes, Capital