Casi entrando a la hora crítica del diario, en la redacción
sintonizamos con mis compañeros de alcázar, la televisión. El canal paraoficial
que trasmitió el acto central recordatorio de la gesta malvinense donde los actores principales no fueron los sobrevivientes de aquella locura iniciada por un militar beodo en el otoño del ’82 y apoyada masivamente por el pueblo argentino
que nunca se equivoca, sino el gobernador de la provincia Ricardo Colombi.
Para el canal en cuestión que percibe jugosas pautas
publicitarias que no son denunciadas ni investigadas de oficio por la
expeditiva, en algunos casos, bendita Justicia. El despliegue de cámaras que
intentaba hacer no debía perder de vista, mejor dicho, de la lente de la cámara a
la estrella en cuestión.
Irreverente y abominable me pareció después, al promediar la
ceremonia, la impostación que le puso el locutor maestro de ceremonia al
momento en que pasaron frente al señor gobernador, los ex combatientes de
Malvinas mercedeños. Se detuvieron y como si fuera una coreografía ensayada
muchas veces, ante el palco oficial ofrecieron al mandatario provincial saludos y otros tantos Sapucay al aire, todo en perfecta pleitesía al mandamás.
Todos felices y patriotas al menos durante los 40 minutos que duró el acto en la ciudad goyana.
Qué hacía Colombi en aquel otoño de 1982. No creo que haya
ido a la plaza de su Mercedes natal a vivar las fuerzas nacionales que iban al
suicidio casi colectivo en unas islas, hasta ese entonces ignotas del Atlántico
Sur.
Su rancio perfil conservador más cerca de un caudillo
liberal o autonomista que de un radical copetudo de comité, no lo hace a uno
imaginarlo en un plaza entonando cánticos: “El que no salta es un inglés”.
Qué hacían los actuales patriotas kirchneristas en aquel
otoño del ’82. Qué hicieron antes, durante mejor dicho, los obscuros años
dictatoriales.
¿Fueron a vivar al beodo militar que llevó al suicidio a centenares
de jóvenes que desconocían el archipiélago donde encallaron?.
Qué hacían los cínicos de hoy y de hace 31 años aquel otoño
fatídico que volvió a mostrarnos que estamos condenados al éxito pero que antes
debemos pagar peaje en el purgatorio de los fracasos. Cargarnos a la espalda cual
cruz nuestras contradicciones que nunca terminamos de revelarlas a nosotros
mismos.
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