Maradona, el Che, Gardel, San Martín, el Polaco Goyeneche,
Borges, Olmedo, Porcel, Evita, Perón, Gorriarán Merlo, Santucho, Arlt, Walsh,
Menem, De La Rua ,
Néstor, Chacho Álvarez, Alfonsín, Aldo Rico, Bilardo, Menotti, Kempes, Gatica,
Leonardo Fabio, Monzón, Soriano, Fontanorrosa. Cistina,Videla, Massera,
Bignone, Menendez, Mujica.
En semejante pasaje de ese Bondi al infinito de la historia
mundial la errante Argentina volvió a demostrar al mundo entero que somos
patrones en todos lados. Que se la ponemos cuando menos se lo esperan. Que
somos los mejores del mundo a rabiar pero por sobre todo que estamos, que
somos, un país condenado al éxito.
Y solamente faltaba demostrar científica y empíricamente que
Dios es argento. Algunas pistas dimos a lo largo de nuestra historia más o
menos reciente. La primera y quizás la más contundente fue allá en Méjico, en
el 86, con nuestro apóstol San Diego Armando y ese terrible gol con la mano a
los ingleses piratas que nos habían afanado las islas del Atlántico Sur, cuatro
años antes.
En el 89 volvimos a exhibir que estábamos hechos del temple
de la fe. Sobrevivimos a la hiperinflación de Don Ricardo Alfonsín y llegó
Carlos Saúl I. Con él fue como si estuviésemos en un paraíso terrenal durante
casi una década y volvimos al infierno en los albores de una nueva década. En el
2002 otro grande, de cabeza con generosas dimensiones -Eduardo Duhalde-, nos lanzó la frase
de que llegar al éxito es una condena. Vaya paradoja.
Con los depósitos de dinero encerrados en los bancos y
fugados a los paraísos fiscales, mientras el exiguo economista Domingo Cavallo,
juraba que todo estaba bien y que nos encontrábamos lejos del abismo,
entrábamos a otra de las estaciones del vía crúcis.
Desde 2003 nos hacen creer de nuevo que estamos en el
paraíso y quizás para cerrar esa quimera ahora pasa lo que pasó ayer con Jorge
Bergoglio. Flamante Papa devenido en Francisco I, nuevo monarca de una de las
instituciones más poderosas del planeta desde que la humanidad existe. No hay
con qué combatir lo que la gente cree desde las centurias.
El gobierno volverá a decir que estamos en pleno apogeo de
una revolución. Que lo de un Papa nacional no es azaroso, es un mensaje divino
del más allá. De hecho, nuestra señora Presidenta irá a la primera misa de este
domingo en la Plaza
de San Pedro para recibir la bendición del compatriota Bergoglio.
Habitan de nuevo y ahora potenciado, en el baño, la biblia y
el calefón. Esa gran contradicción que caracteriza a los argentinos. Como un
grupo de porteños festejando a los pies del Obelisco que el país apoltronó en
el Vaticano a uno de sus habitantes.
Como los saludos protocolares del gobernador Ricardo Colombi
(UCR) al sumo pontífice por la designación.
El mandatario provincial que mandó a echar a un cura en su
pueblo –Mercedes- porque el sacerdote osó decir que el narcotráfico se está
apoderando de la comarca que dio dos gobernadores en menos de una década a la
provincia.
Otro tanto, saludo, arrimó el intendente de la Capital provincial el joven
kirchnerista Carlos Espínola. Acorde a su generación primero lo hizo vía
twuitter deseando éxitos en la empresa papal al compatriota Bergoglio o
Francisco.
Ya en vacaciones pregunté, en tono jocoso claro está, si no
era mucho que el tabloide donde me desempeño no se haya excedido regalando en
su edición de hoy un póster del flamante Francisco I. Además, y eso no se
objeta, de un despliegue total en la tapa sobre el tema. “Se vendió todo” fue
la respuesta lacónica.
Y entonces entendí que la fe mueve montañas.
P/D: Entre los
centenares de llamados y mails recibidos, elijo uno. “No lo puedo creer. Estoy
tan angustiada y con tanta bronca que no sé qué hacer. Logró lo que quería.
Estoy viendo a Orlando en el comedor de casa, ya hace unos años, diciendo ‘él
quiere ser Papa’. Es la persona indicada para tapar la podredumbre. Es el
experto en tapar. Mi teléfono no para de sonar, Fito me habló llorando.” Lo
firma Graciela Yorio, la hermana del sacerdote Orlando Yorio, quien denunció a
Bergoglio como el responsable de su secuestro y de las torturas que padeció
durante cinco meses de 1976. El Fito que la llamó desconsolado es Adolfo Yorio,
su hermano. Ambos dedicaron muchos años de su vida a continuar las denuncias de
Orlando, un teólogo y sacerdote tercermundista que murió en 2000 soñando la
pesadilla que ayer se hizo realidad. Tres años antes, su íncubo había sido
designado arzobispo coadjutor de Buenos Aires, lo cual preanunciaba el resto. (Horacio
Verbitsky. Página/12 Jueves 14 de Marzo 2013)
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