Ausencias que se sienten. Que están presentes.
Durante todo el día traté de huir de la naturaleza de la
muerte, el recuerdo, hice todo tipo de cosas y traté de mantenerme ocupado algo
que de vez en cuando me sale bien.
Sin embargo en el crecúspulo de la jornada la sabiduría de
un amigo, esa sangre que uno elige en el misterioso andar de la vida me enseñó
que al dolor no hay que esquivarlo. Que hay que entregarse y abrazarse a el.
Que lo demás, que el resto lo hace el tiempo. Ese eterno verdugo implacable que
no reconoce credos, ni religiones, ni razas, ni doctrinas.
Entonces la recuerdo con su sonrisa, su llanto, su alegría,
sus besos, su piel y sus manos. Rosadas y suaves como la porcelana. Su burla y
su inconmensurable paciencia que tanto me
soportó y entendió.
Regreso a esos tramos finales en que ambos nos mirábamos,
lánguidas veladas en el hospital y me vuelvo a pelear no con la muerte. Me
enfrento con esa especie de purgatorio terrenal que padeció y me pregunto para
qué.
Este amigo también me señaló eso. Que esas cosas nosotros
los mortales no la entendemos como por ejemplo aquel sacerdote franciscano que
en 52 segundos y sin siquiera hesitar palabra alguna le dio la unción. Cobró lo
que había pautado y se retiró raudamente del nosocomio.
Anécdotas ancladas en un océano de dudas. Algo innato a
nuestra naturaleza humana. La duda que a su vez con la razón no encuentra
apostadero válido.
Creo que a los muertos hay que dejarlos ir y recordar a los
vivos. Como lo vivido aquella noche donde fuimos inmortales cuando ella bailó
conmigo un chamamé en son de vals. Cumplió aquella vez 80 y ocurrió hace ya
algunos años. Nos embriagamos y fuimos felices bajo un mato frío de estrellas.
Así deseo recordarla. Inmaculada en mis brazos, riendo,
sintiendo. VIVA.
Pasó el tiempo y ahora aquella épica velada es mi placebo
para disimular tanto dolor, tanto vacío y ausencia presente.
Y con ese pensamiento abrigar otra esperanza de los
mortales. Volvernos a ver en vaya a saber donde si ese donde existiese.
Otros sabios, en este caso musicales hace algunas décadas
escribieron muy cerca del mar: “La felicidad es como una gota de rocío en
un pétalo de flor. Brilla tranquila después de poco oscila y cae como una
lágrima de amor”
(Tristeza no tiene fin felicidad sí) Tom Jobim
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