El punto de referencia fue
un cartel de Coca Cola. El imperio está siempre presente. Alrededor del letrero
que informaba próximas fechas en el Orfeo. Un verdadero drean team: Arjona,
Maluma y un par más que contrastaban con lo hecho por Sabina en ese moderno
microestadio de Córdoba.
La garganta estaba seca.
Un poco por los vinos de la sobremesa del mediodía y otro por ese encuentro que
se olfateaba tendría la perfección de las cosas cuando no son planeadas.
Es a caso esa extraña
mixtura de encontrarse años después, justamente, al otro lado de los océanos
del tiempo. Y entonces no sé si soñé o era suya la voz, la de siempre, la que
me hablaba en medio de ese gentío. Bajo un cielo que despejó nubes y toda
probabilidad de lluvia. Las gotas antes del show fueron una mera amenaza.
Así nos hablamos de
mundanidades. Las conversaciones para ir triturando ese hielo tradicional que
impone la distancia. Y así nos encolumnamos tras la marea de público que salía
del predio.
Su auto nos fue metiendo
en el corazón de la ciudad capital del interior, bares con sus sillas y mesas y
bebedores en las veredas. La Cañada parecía un escuálido dibujo de lo que
alguna vez fue un río imponente.
Reía, reíamos y todo parecía
que empezaba a tener el resultado exacto de una aventura nocturna sacada de
algún manual sabinesco.
Frente a la feroz obra
arquitectónica de la congregación de Los Capuchinos, estacionados en el Paseo
del Buen Pastor, mi boca fue pasando de las palabras a los hechos. Con un beso
fugaz pero certero le dije luego que no podía dejar de hacerlo. No hacía otra
que pensar en ti desde que te vi en el playón del Orfeo. Lo imaginé incluso
antes, cuando la divisé desde mi platea sector rojo, a su platea sector verde. Quizás
fue el beso más largo. Logró navegar la inconmensurable distancia que imponen
los mares de los años.
En ese momento clave,
salidos de la nada se aproximaron dos guardias municipales de la Docta.
Linternas en mano, uno alumbró el parabrisas y otro el lugar del acompañante.
Ella trataba de mirar al mismo tiempo a los uniformados y a mí. Reía, en una
mortal combinación de nerviosismo y temor por los municipales.
Hay besos que despiertan a
un muerto. A mí éste me despertó con un rayo de sol atravesándome la cabeza.
Son las 8 del domingo y debo escribir por un nuevo encargo de mi comendador de
palabras. El nimbo de no saber si fue verdad o sueño lo que estaba pasando, duró
milésimas de segundos. Sonrío con una mueca y entonces aún en la cama cavilo.
Aquella noche no llovió
Tampoco fuimos a bailar
Ni tembló un pájaro en tu
pecho
Cuando mi boca fue pasando
De las palabras a los
hechos
Aparecieron dos guardias
municipales
de Córdoba. Y entonces me
desperté.
Comprendí al fin entonces
que no debía lamentarme por algo que nunca jamás sucedió.
Córdoba
05 de Noviembre. Domingo. 11:20