Hay momentos
desequilibrantes. Son los que vuelven a ponerte en el lugar de donde te habías
ido. O al menos eso creías. Por lo general tienen que ver con la memoria
asociativa: olores, colores, música, comida. Cuando algunos de los sentidos se
activan con dichas sensaciones, te llevan como por arte de magia a esos lugares
recónditos que también, por lo general están en el pasado o en las
profundidades mentales.
Ahora, qué hacer si lo
querés reprimir y no podes porque justamente lo que te genera es placer. O
adrenalina. Vaya narcótico.
Aquel viernes por la noche
cenaba con la doctora Giménez que detrás de sus cristales bifocales y bajo las
interminables ondulaciones de sus cabellos, leyó un mensaje de whatsApp: “Van
hacer un operativo de bloqueo contra dengue en la manzana de la residencia
oficial del Gobernador”. Eran las 21:45 y ambos entrábamos con ganas a las
empanadas al horno en sus dos versiones: de carne y de pollo.
Fue inconsciente, pensé en
lo bueno y certero que era el dato y en la forma de publicarlo.
A la Doc le confesé que me
estaba llevando, con la revelación, a un lugar de donde yo me había ido. El
periodismo. ¿Pero a caso me había indo en realidad?
Mientras manteníamos el
férreo avance sobre las empanadas, ella con un Fernet y este escriba con un
Malbec, no podía dejar de pensar a quién contárselo. E incluso cómo escribirlo
y qué título (bien amarillista) se le podía poner a la nota. Había mucho para
condimentar esa noticia. Ese viernes era el cumpleaños del Gobernador. Hubo un
nuevo procedimiento judicial en la Gobernación en el marco de una voluminosa
causa judicial que lo tiene a maltraer. Y su joven esposa marchaba en la recta
final de su embarazo. Lo cual, esto último agregaría un hilo de dramatismo al
impacto de la noticia.
Todo este soliloquio lo
cavilé en cuestión de minutos mientras continuábamos con la charla.
Luego bromeábamos con respecto a mi deseo de dejar de una buena
vez de ser periodista. Pero la noticia no paraba de rebotarme en la cabeza y mucho
más una frase, una idea que compartí en voz alta con mi interlocutora. “Yo
quiero matar al periodista y vos me lo traes”, dije en tono lúdico pero como
sabemos las cosas atroces siempre van montadas en una broma para camuflar su veracidad
al decirlas.
Recordé así la idea de
identidad que tiene que ver con el oficio. Con lo que hacemos. Si realmente nos
dedicamos a lo que nos apasiona. Gran parte de la vida nos la pasamos afirmando
que amamos lo que hacemos pero en
realidad nunca nos detuvimos a pensar realmente si ese amor es verdadero y
correspondido.
Al periodismo se lo conoce
con la muletilla del “mejor oficio del mundo”. Una verdadera estupidez
empalagada de cursilería.
Aquella noche quedé
pensando en esa adrenalina que hacía tiempo la había dejado de sentir. Recordé la
charla con mi analista sobre la identidad y qué se había roto entre mi oficio y
yo. Era bucear en otras profundidades más escabrosas que las mentales, era
tarde y el viernes había sido eternamente largo. Me fui a dormir con el sueño
de matar al periodista. Pero de una buena vez por todas.
Corrientes.
Domingo 08 de Julio. 19:27