Víspera de 1º de Mayo. Sábado
previo, sin actividad por el día del trabajador los diarios no salen a la
calle. Hay que dedicar la jornada al sagrado asado, vino, familia. Todo 24
horas antes, la vida a contramano como
siempre lo es para quienes escriben por encargo.
Fue todo vertiginoso, rápido,
fugaz. Lo primero que recuerdo es el aquelarre en la zona céntrica. Entre la
catedral y la plaza 25 de Mayo. Gente, muchas personas caminando a una
velocidad inverosímil, tanto que era como un choque constante de los
transeúntes. Unos contra otros. En su mayoría muy abrigados y sus rostros eran
imperceptibles. Pero en la atmósfera de la somnolencia sobresalía que la imagen
pertenecía a una hora pico de la ciudad. Quizás, alguna jornada de cobro de
haberes a esa masa conocida como empleo público. El único motor de las
economías provincianas. Es retroalimentar financieramente la plaza local desde
el Estado.
Avanzaba en medio de esa marea
humana buscando no sé bien qué. De momentos quería imitar a la muchedumbre pero
era imposible. Terminaba chocado y empujado hacia cualquier lado. La sensación
era que los empujones me iban dejando en las márgenes de las atiborradas
veredas. A distancia prudencial, ni cerca, ni lejos, veía los techos sobresalientes
de la vieja terminal de Resistencia. Conciente e inconsciente peleaban por
saber si era una imagen real o una postal de ensueño. Por qué los sueños son
tan reales mientras duran. Hay bibliotecas enteras que lo fundamentan entre lo
orgánico del cerebro y lo metafísico.
Entre ese aquelarre ella iba con
un niño de poco meses de vida, lo llevaba entre sus brazos. Se me aparecía
intermitentemente en medio del gentío. Inútilmente traté de recordar su
vestimenta. El pequeño, no sé por qué intuyo que era varón, estaba tapado con
una manta que no dejaba ver su rostro. Ella, sobresalía entre la multitud dejando
una estela con su cabello oscurísimo, la sensación era que iba mucho más rápido
que el resto. Eso también la diferenciaba de los demás. Intenté seguirla pero
de a ratos se me perdía de vista.
Abrí los ojos, era sábado, de
mañana y difusamente recordaba el último instante del sueño: junto a ella
estábamos en el vagón de un subte, ya no se si cargaba al niño. Sus labios
empezaban a besarme y allí me desperté. “En Resistencia no hay subtes…”, fue lo
más lógico que empecé a recordar.
(Resistencia. Capital de la provincia del Chaco)
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