Quiero saber lo que hicimos el
día que apagaron la luz. Charly García.
En crisis entran los heladeros por
los cortes de energía. El carnicero que cada vez pide menos mercadería.
Verduleros y fruteros rezan desesperados con los ojos clavados en el cielo para
que los santos dejen caer algunas gotas y germine la siembra. Amaine así esta
maldición que no desciende de los 40 grados.
Sin luz, los hoteles, familiares y
transitorios son un infierno.
En la aldea se queman los pastos.
Crecen las lagunas, se evaporan los tajamares. Sin luz la gente anda más
cabizbaja que lo normal. Más malhumorada que de costumbre.
Sin luz las musas tampoco aparecen
por las noches. Ni si quiera una brisa mentirosa las hace salir de sus frescos
escondites.
Sin luz el mundo se detiene y en
la aldea las radios quedan mudas y algunos diarios casi dejan de salir a la
calle. A pesar de que venden al mejor postor su maquillaje de realidad se
patinan esa guitarra en lujos vulgares. Insaciables, siempre buscando donde dar
el mejor mordisco pero se vuelven tan vulnerables. Tan frágiles sin luz que
pareciera ser ése el único antídoto para su angurria.
La moraleja sería que sin luz y
sin un grupo electrógeno, al menos en la aldea no se puede vivir. Ni imprimir
en forma completa siquiera, un viejo tabloide.
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