Parapetados bajo un croto a escasos metros de la ventana de
la cocina y otro tanto de la parrilla cargada con dos kilos de costilla, uno de
vacío, cinco chorizos y tres morcillas, el tiempo, ese verdugo implacable y
juez sin apuro, nos encontró unos casi quince años después. Allí estábamos:
Keko, Gustavo, Walter y quien intenta este garabato, yo.
Con más kilos, menos cabellos y remachados por el juego a
veces perverso de la vida nos juntamos ese mediodía de enero de 2013. Sumándose
después Piti.
Entramos al túnel del tiempo para llegar a los finales de
aquella década infame, las postrimerías de los ’90. Cuando aún nos creíamos
inmortales y nuestra satisfacción terminaba en una hamburguesa de cincuenta
centavos en la casa de Abel, Buenos Aires al fondo. La madrugada que dormimos
por turno en casa para terminar un trabajo práctico en mi Olivetti con algunas
caries.
Los recuerdos escatológicos de Keko al improvisar un inodoro
sobre un par de zapatos en su pieza de la vieja casa del Cambá Cuá. La misma
donde abundaban milanesas y pizzas, el anecdotario de Don José y un auto
antiguo que le sirvió de tema a Gustavo para otro trabajo práctico.
Nos anclamos en esos tiempos deliciosos donde no había
celulares y el face y twitter ni siquiera estaban en las neuronas de sus
inventores. Y el Página 12 que comprábamos con Abel los domingos aún era un
diario que valía la pena leer.
Recordamos como si fueran caricaturas algunos rostros de
profesores, algunas chicas que se quedaron en el tiempo, en aquel tiempo
romántico de facultad. Y llegamos al presente kirchnerista para pedirle a Keko
que nos describa la vida en Gallegos, ese confín del mundo donde llegó y lo
puso a prueba con miles de adversidades a las cuales supo gambetear.
De eso se trata la vida quizás, de hacerles comer amagues a
los infortunios y las fotos de este asado son eso, una gambeta al tiempo y a
los años. El mediodía del 17 de Enero de 2013 nos encapsulamos en las viejas
épocas y sólo de a ratos volvíamos al presente.