Algunas sesiones legislativas en el parlamento nativo
prometen como las veladas del Box, hasta que los púgiles aburren cuando va el
octavo asalto y continúan estudiándose llenando de firuletes la lona del ring.
La del pasado miércoles amagó con eso, parecía que los
bloques oficialistas y opositores chocarían por una ley que cambia la forma en
que votan actualmente los cinco jueces del Superior Tribunal de Justicia (STJ).
Algo que a las dos facciones les interesa en demasía.
Apenas llegué y apremiado por la hora, eran las 21.30,
divisé a dos jovencitas. No más de 23 años que por su aspecto felinesco no
serían taquígrafas, ambas sentadas en las escalinatas que conectan al sector de
prensa.
Raro, no soy de ir con asiduidad a ese zoológico llamado
legislatura pero las muchachas hablaban y no paraban de mandar mensajes con los
teléfonos celulares. Muy sueltas de risas parlamentaban con los habituales
cronistas del lugar.
Uno de ellos me reveló el motivo de la presencia de las
chicas, pertenecen al cupo de un diputado que por obvias razones no develaremos
quien es en esta indiscreta comidilla.
Finalmente pasados cinco minutos de las 22 empezó la sesión
y tras las formalidades de marras el diputado en cuestión se levantó y buscó
una salida. Todos lo observaron porque sospecharon que era una tradicional
maniobra para romper el quórum o abstenerse de votar con su ausencia.
“Avisame cuando empiece el orden del día porque estoy medio
mal” dijo a sus secretarias mientras se frotaba la superficie del estómago.
Las muchachas efectivas, a penas iniciado el orden del día,
donde estaba incluido el proyecto de ley que desvela a oficialistas y
opositores, dieron aviso al legislador quien
parecía haber dejado en otro lado su rostro. No tenía expresión a su
retorno al recinto. Cuando estaba apunto de sentarse en la banca volvió sobre
sus pasos y a pocos metros del sector de prensa, una de las asistentes le
alcanzó una pastilla. Correctamente envuelta en un papel rosa.
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