"Tenemos el sexo y el rock y la droga, los pies en el barrio, y el grito en el cielo."
Joaquín Sabina. Más de cien mentiras
No me llega agua al tanque. Bromeé para sacarlo de la concentración en la que estaba el médico al observar “las fotos”. Una especie de placa radiográfica pero que es un estudio llamado resonancia con contraste. Lo de “las fotos” serían como instantáneas del cerebro.
El joven galeno terminó la observación de las fotos y como
si fuera un trámite aportó los resultados: “No hay arterias irritadas ni
tumor…”, volví a interrumpirlo pero esta vez con una inquisición pero siempre
en tono jocoso. “No me dijiste que el estudio era para averiguar eso”. Sin
embargo, intuía que eso indagaba el hecho de que te metan en una cámara similar
a la que deben usar los astronautas de la Nasa para acostumbrarse al encierro y poco
espacio.
“Lo que pasa es que si le decís eso al paciente, se estresa.
Y algunos ni siquiera se hacen el estudio, pero en tu caso está todo bien.
Vamos hacer un tratamiento para estabilizar la presión (arterial) e ir bajando
ese zumbido”, detalló los pasos a seguir.
Luego avanzó en la gráfica del silbido que me aqueja desde
hace dos meses. Dijo que se debe a la elevada presión arterial, altísimo
colesterol pero lo más trascendente: “Esa contractura que tenés en el cuello es
lo que está dificultando la irrigación de sangre a la cabeza. Por eso primero
hay que descontracturar todo y mejorar la irrigación. También podes tener
dolores de cabeza, mareos y hasta vértigo. O también un accidente cerebro
vascular. Por suerte viniste a tiempo”.
Todo lo dicho por el Doc parecía como memorizado. Lo
imaginaba dando una lección en alguna materia de medicina, quizás en su
especialización de neurólogo hecha tras recibirse de médico.
Minutos después dibujó unos garabatos ilegibles en un par de
recetas y dictaminó. “Nos vemos en un mes, cualquier cosa me llamas”. Antes me
previno de que las pastillas durante las primeras 48 horas de consumo “te van a
tumbar”, sus efectos colaterales son el sueño y una sensación de fatiga
cosntante. Por ello expidió un certificado para que no realice ningún tipo de
tarea laboral durante cinco días. Siempre hay una luz al otro extremo del
oscuro túnel.
Al salir del consultorio saludé a la secretaria que por la
edad parecía la abuela del galeno, la televisión seguía anclada en TN que
explicaba los por menores de lluvias en Capital Federal y nevadas en el sur del
país.
El ruido de la calle Irigoyen me aturdía entre el zumbido emergente
en ambos oídos y el relato del médico sobre la irrigación de sangre a la
cabeza, ambas cosas corrían maratones de velocidad por, mi ahora, ajetreado
cerebro.
Volé montado a la velocidad de la luz al pasado. Días y
noches sin dormir, alcohol en cantidades industriales, cigarrillos para saciar
la ansiedad de ejércitos enteros, otro tanto cigarros de Bob Marley, alguna que
otra pastilla naufragando en vasos de contenido etílico, las
chicas y las eternas madrugadas donde la hazaña era huir antes del amanecer.
Maldición, por qué se verá tan lejano y perdido todo eso,
refunfuñé internamente mientras entraba a una farmacia en busca de las
pastillas para no soñar.