Entre esas piedras ancestrales
corrían. El tomó la mano de ella y a pesar del miedo sentía lo que aquella vez
primera lo sacudió, la textura de su piel y lo seca que se mantenía la mano a
pesar de que se movían con rapidez entre las rocas. Rumbean tras abandonar el
automóvil hacia un cerro.
Ella iba con un vestido blanco y
el cabello negrísimo se ondeaba mientras buscaban alguna salida a ese
improvisado laberinto que les impuso el destino. El miedo casi lo paralizaba a
el a sabiendas de lo que ocurriría si era alcanzado. Sin embargo no podía dejar
de mirarla, por momentos y quizás para menguar la tensión ella esbozaba
sonrisas que eran más muecas para atemperar el instante.
Atravesaban la primera cintura del
cerro y el vestido lo llevó a los momentos en que por primera vez la tuvo tan
cerca, casi pudiendo sentir su respiración. Su olor y lo más cautivante, la
cadencia al hablar. Entonces se preguntaba en forma retórica cómo pudieron
llegar a eso. Qué los puso en medio de esos cerros precolombinos huyendo de un
amor enfurecido por la traición.
Pensó entonces ya con pocas fuerza
para seguir trepando el accidente geográfico que quizás lo mejor era entregarse
a las manos de ese amor estafado y que ella viera lo que harían con el.
Ella se mantenía callada pero al
ver que los perseguidores se convertían en verdugos empezó a gritar. A implorar
que lo olvidara todo y que su amor, su cuerpo y alma eran sólo del estafado.
Pero era inexorable el desenlace.
Los golpes seguidos de tormentos y un pasadizo de agonía antes de la muerte me
despertaron.
Confundido pensé en esas rocas de
Tilcara.