Cada diciembre el ritual se repite. Mesas ornamentadas en
blanco, amarillo, quizás tonalidades oscuras. En los últimos años el
tradicional asado fue corrido por catering para darle un tono más de nivel a
los encuentros.
De esa forma no había después que lidiar con la grasa, la
del asado. Sumaron un par de atracciones. Bailarinas exóticas y algún que otro
cantante meloso con clásicos del tango, bolero y las conocidas canciones que
las sepan todos.
En la última reunión fallaron los cálculos y la peonada que
extendía como todos los días sus quehaceres para terminar la faena, quedó sin
asientos. Ni sillas ni mesas. Improvisaron como en los viejos tiempos comer de
parados a orillas de unos tablones y lejos para que no se los divise desde los
sectores donde estaban capataces, políticos y el patrón.
Antes de levantar las mesas para dar lugar al bailongo, cuando
aún algún comensal rezagado engullía lo que quedaba del catering, la imagen de
la velada metaforizaba el momento. Peones en el fondo, adelante políticos de
turno zambullidos en copas de vino y cinismo mezclados con empleados del lugar.
Que siempre para esa época del año y festividad hacían a un lado el tremendo
encono para con la patronal y quizás como forma de venganza silenciosa no
dejaban nada cargado sobre las mesas. Ni platos, ni botellas.
Algo así como lo que decía Atahualpa hace muchas décadas
atrás: “Las penas y las vaquitas van por la misma senda. Las penas son de
nosotros las vaquitas son ajenas”.
P/D: inspirado en hechos reales lo ocurrido no fue en una
estancia ganadera de las tantas que hay en la provincia. Fue en un diario.